Visité mi colegio, el Seminario Menor –Semenor–, hace apenas algunos días para hablar con los estudiantes próximos a graduarse y entender cuáles son sus expectativas y sus miedos de cara a la vida que se inicia una vez terminen sus estudios de bachillerato.
Con mi amigo Mateo Trujillo pasamos por algunos salones, los mismos donde nosotros también estudiamos ya hace más de una década, quizás ávidos por las mismas ilusiones de aquellos adolescentes que ahora están prestos a graduarse. Por eso, en sus miradas notamos un montón de emociones, algunas de miedo, otras de promesa.
Escuchamos muchas historias; unos todavía temen al concepto regresivo de padres de familia que exigen que sean ciertas carreras las que se acepten por sus hijos para poderles pagar la educación superior; también, los que no saben cómo financiar esa etapa, puesto que no han recibido, como muchos de nosotros, educación financiera; cátedra que debería enseñarse desde lo más elemental de la primaria. Estaban los que saben lo que quieren, pero no conocen cómo lograrlo.
Pero, como lo he notado en muchas charlas con adolescentes, estos carecen de muchas herramientas en habilidades socioemocionales para entender las complejidades que trae la existencia, justo cuando faltan algunos meses o pocos años para llegar a la mayoría de edad.
Probablemente nos pasó a nosotros cuando nos graduamos y salimos a un mundo absolutamente hostil, con pocas herramientas para reaccionar a las dificultades y entendiendo el progreso personal como una dificultad exponencial. Y así nos pasamos la vida: de crisis en crisis, lidiando con emociones que van rotas de punta en punta.
Todos los colegios deberían hacer una mayor apuesta por las habilidades socioemocionales desde los primeros grados de primaria y acentuando la necesidad de hablar de sentimientos, perder el miedo a conversar directamente sobre lo que sentimos y a afrontar la angustia que en ocasiones puede provocar hacer preguntas, muchas incómodas. Esta desconfianza muta y pasa del colegio a la universidad, de allí al trabajo y se anida en el hogar: es un ciclo interminable.
Las plantas de profesionales en todos los colegios deberían apostar mucho más en psicoterapeutas especializados en atender el público infantil y juvenil. Por tal, me alegró que el Semenor ya es consciente de estas necesidades dentro de sus estudiantes, pues guiarlos con tacto es lo que evita casos tan sonados de matoneo o bullying que se han conocido en otros planteles. Profesores con empatía son una urgencia escolar, como el internet o la nutrición.
Un niño con orientación psicológica seguramente será un adolescente y adulto con conocimiento de lo que siente, que procurará entender lo que le sucede, en lugar de huir o posponer reacciones que son necesarias y urgentes. Por tal, la educación debe ser socioemocional. Sí, las clases magistrales de matemáticas, lenguaje o química son fundamentales dentro del broche académico que tiene un bachiller, pero ese apellido no puede ignorar la formación como persona de valores que debe tener un joven en quien la sociedad tiene puesta su esperanza y busca ser entendido y comprendido. ¡Vamos a aprender de los estudiantes!
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