Hace carrera aquel dicho que insinúa que un bachiller académico es un mar de conocimiento con un centímetro de profundidad. Recuerdo bien esa expresión de mis últimos docentes en la época colegial ya hace más de 13 años y no creo que carezca de validez alguna, sobre todo, en una sociedad hiperconectada y, paradójicamente, super aislada.
En teoría, el colegio es ese espacio que contempla los conocimientos necesarios para la vida académica y familiar. No obstante, muchísimos aspectos de las mal llamadas habilidades blandas -‘blandas’ porque nos hacen ‘fuertes’-, se quedan por fuera y ahí es cuando es propio decir que nos quedaron debiendo en las aulas.
El buen manejo del tiempo, la habilidad en las relaciones interpersonales, la destreza en negociaciones, la paciencia, el trabajo en equipo o la capacidad de escucha son algunas de las denominadas habilidades blandas más importantes. Muchas de ellas ni siquiera están en los currículos porque, quizás, no se tiene noción de pies y cabeza sobre cómo enseñarlas y tratarlas.
Pero, ¿en el colegio cuánto tiempo se usa para educarnos en estas materias? Luego, ¿cuánto dedicamos en la vida para esto? Es posible que las nuevas generaciones ya gocen de una educación que apunta hacia esto, pero muchos llegamos cojeando en estas competencias tan importantes en la vida adulta como saber expresarse, montar una tabla de Excel o manejar métricas.
Una vez, en la universidad y la vida profesional, nos cuestionamos por qué ninguno de nosotros sabía cobrar por hacer un trabajo externo. No fuimos educados para poder valorar nuestro tiempo y esfuerzos en términos financieros o afectivos, así como no aprendimos a gestionar emociones pensando que esto no era importante o solo era ocupación de los psicólogos.
Ad portas de llegar a mis 30 años de vida, me rondan dos preguntas: ¿nos quedaron debiendo? o ¿no sabíamos que podíamos pedirlo? Así como considero que la relación humana en las aulas es tan esencial como aprender el álgebra o la historia de la literatura latinoamericana, debe priorizarse la educación emocional, una formación “útil” ante todos los retos que exige el mundo actual y ante los cuales no existe clemencia alguna.
La solución de problemas, la agilidad creativa, el trabajo bajo presión, la labor en equipo o las habilidades de negociación son aspectos que deben desarrollarse desde los primeros años de la primaria y deben mantenerse, a manera de retos académicos, hasta las graduaciones, dado que la educación universitaria ya es suficientemente impersonal para preocuparse por las carencias de sus estudiantes.
El reto es formarse holísticamente, pero, para esto, debemos cambiar la mirada sobre las herramientas y los insumos que necesitamos, además de dejar de llamarlos como no son. La vida no se compone de exámenes parciales, evaluaciones de fin de semestre o cualquier otro tipo de evaluación cualitativa o cuantitativa; el día a día, como tal, está lleno de pruebas que exige una formación fuerte en las llamadas “habilidades blandas”.
Por eso nos podríamos preguntar: ¿estamos en deuda con nuestra formación, nuestro entorno y nosotros mismos?
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015