Luis F. Gómez


En estos días difíciles, quizás sea importante preguntarnos: ¿Qué clase de personas estamos siendo? ¿Cómo esta dura experiencia por la que atraviesa la humanidad nos está transformando, dejando conocer lo mejor y lo peor de nosotros mismos? Atravesamos momentos de incertidumbre, donde lo que parecía seguro se ha vuelto incierto. Estamos frente a una necesaria conversión que en tiempos en que conmemoramos la pasión y muerte de Jesús, nos interpela como nunca: ¿Hacia dónde nos lleva esta dura prueba? ¿Qué cambios, qué aprendizajes nos invita a hacer?
Una buena parte de la humanidad se encuentra ahora mismo en confinamiento obligatorio y en este escenario nos hacemos preguntas existenciales con respuestas que no son sencillas: ¿Qué pasará con el trabajo, con la vida familiar, con lo que habitualmente hacíamos y con el modo en que aprendimos a sobrevivir?
Junto con la Cuarta Revolución Industrial, que ha sido uno de los motores de transformación profundos de la sociedad actual, el evento de esta pandemia ha catapultado una serie de experiencias, muchas de los cuales creíamos superadas para siempre como las epidemias y unas nuevas como las posibilidades que ofrece la cienciotécnica para lectura casi inmediata de la información genética de los virus. Estamos entre el pasado y el futuro.
La muerte de Jesús vendrá con la muerte de nuestro temor y apego por lo conocido y, resucitará en el aprendizaje de lo nuevo, en la fe y la oración, en una reflexión interior que nos fortalece con Cristo y sus enseñanzas de sacrificio y amor. Así ocurrió con San Ignacio de Loyola, que entendió el sentido que las profundas crisis tienen para la transformación de la vida. En medio de la desolación, la enfermedad y la pérdida de todo lo que le sustentaba y daba sentido, encontró consuelo contemplando la vida de Jesús. En la espiritualidad de san Ignacio, contemplar significa dejarse atrapar por una experiencia que nos hace bien, dejarse llevar por ella con nuestra mente, con nuestros sentidos con nuestro corazón. En esta Semana Santa, que se junta con esta dura experiencia que estamos viviendo, podemos contemplar la vida de Jesús, su camino a la cruz y su resurrección. Es justamente en la resurrección que se produce el cambio, es en nuestra capacidad de entender la conversión que podremos, abrirnos a lo que está sucediendo y disponer nuestro espíritu para los cambios que sean necesarios. La Resurrección nos da la clave de sentido, el amor se impone a la muerte.
Del temor que nos obliga a aprovisionarnos en exceso, huir de los demás, experimentar sentimientos que nos dañan y dañan a otros, podremos convertirnos, podremos abrirnos a la voluntad de Dios que nos pide ser pacientes, ser empáticos, servir a los demás, resucitar a la vida según se nos presenta, con la voluntad de aportar desde lo que cada uno sabe, desde sus propios talentos, desde su propio saber y sensibilidad interior.
En esta Semana Santa, en este tiempo de conversión, contemplemos a Jesús y permitamos que florezca el Cristo resucitado en nuestro corazón, anhelando la vida, luchando por ella, creyendo en el cambio que empieza por nosotros mismos, aprovechando el tiempo para que en el presente logremos concretar el amor. Es el amor de Dios que está dando vida, que se lucha en el moribundo por salir adelante, que percibe en una planta que está por germinar…
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