Luis F. Gómez


Esta semana fue lo más irónica, era la semana por la paz y tuvimos una ola de violencia con tristes consecuencias.
La paz es una construcción colectiva de largo plazo, que pasa por el proceso de reconciliación de todos los colombianos y colombianas. Tenemos muchas tensiones sociales sobre las cuales debemos dialogar como sociedad, y debemos hacerlo con dos acentos: el amor y la innovación. El amor como clave de acogida del “otro” especialmente el que piensa distinto y la innovación como dinamizador para buscar nuevas soluciones. Lo que ocurrió en varias ciudades del país va en contravía de todo el proceso sanador. No aceptamos el diálogo, las heridas son profundizadas y agudizadas, y la violencia termina en el desconocimiento del derecho a la vida y destruimos nuestro patrimonio público y privado.
Se cumplieron tres años de la visita del papa a Colombia, y parece que todo su legado ha quedado en el olvido. El principal mensaje del papa fue trabajar para consolidar la paz en el país. Su mensaje nos toca la conciencia a todos los colombianos, ¿cómo hemos aportado a la reconciliación del país?
La violencia llegó y lo hizo con fuerza. Muertos, destrucción y más violencia… Una espiral incontenible.
Tres aspectos se han conjugado para mal del país. Por un lado, la falta de liderazgo asertivo de las autoridades, se requiere reconocer los problemas estructurales de la Policía y los puntuales; aquí hay discusiones muy profundas que dar sobre de la formación de muchos uniformados que lo hacen bajo el paradigma que hay unos enemigos internos, y eso hace generar unas mecánicas muy complejas para un cuerpo como la Policía que es civil; el tema del fuero militar es otro clave.
En segundo lugar, la violencia entró en círculo vicioso. Es fundamental no dejar que las dinámicas de violencia se apoderen de distintos actores, aquí nos falta mucha cultura ciudadana y democrática, pero a su vez, es necesario saber que hay muchas heridas y generaciones de personas que no tienen oportunidades. Muchas de ellas actúan como si no tuvieran que perder nada cuando ponen a rodar la violencia.
Finalmente, se desdibujan los escenarios de diálogo y reconciliación. Y ellos son fundamentales para que podamos buscar soluciones creativas e innovadoras para tantos problemas sociales.
Es fundamental generar procesos participativos donde podamos escucharnos con respeto y paciencia. Las autoridades y los políticos sí que tienen que escuchar a las víctimas, a los jóvenes, a los niños y niñas. Hagamos un alto en el camino, escuchemos. A los jóvenes hay que acompañarlos para que puedan ver con esperanza el futuro. Si hay estos espacios seguramente la gran mayoría de aquellos que protestan encontrarán canales para expresarse y ser escuchados. Y si protestan lo harán pacíficamente, democráticamente. Y ahí sí podríamos aislar a los violentos, que debemos judicializar. Pero la protesta no la podemos judicializar. Es la violencia la que hay que judicializar.
Siempre se dijo: la guerra nos tiene escondidos muchos problemas estructurales de nuestra sociedad. Y eso es totalmente cierto, si bien veníamos en la dirección correcta, pero al ser tan grande la tarea, los analistas dicen que el 38% de la población está en la pobreza actualmente, más de uno de cada tres colombianos. Mejor, dicho, razón de protesta la hay y de sobra, pero también debemos ser responsables, hay que ser proactivos y trabajar por solucionar. No se trata de vivir indignados protestando. Podemos enfocar también esa indignación que nos da el estado de cosas, en acción transformadora, cuando asumo un rol activo del cambio.
La violencia nunca será el método para resolver injusticias, contradicciones o conflictos.
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