Luis F. Gómez


En las discusiones que se generan alrededor del capital y el trabajo, la formalización y la informalidad, entre la contratación directa de los trabajadores y la tercerización, la negociación colectiva y los paros, se evidencian tensiones que dejan al descubierto las fuentes mismas de las posiciones: las ideologías. En muchos casos, estas tensiones son exacerbadas por los cambios profundos que se dan en las economías con las innovaciones, y sencillamente más que pensadas, están allí, irrumpen y con ¡fuerza! Ponen en jaque cualquier concepción antropológica que tenga pretensión de abrirse campo. Varias noticias muestran la encrucijada en que nos encontramos.
La nueva ministra de Trabajo, Griselda Restrepo, insiste en el trabajo decente haciéndole eco a la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en el sentido que el trabajo debe dignificar y permitir el desarrollo de capacidades. Y que se deben respetar los principios y derechos laborales fundamentales. Sobre los ingresos plantea el mínimo vital. Y plantea la lucha contra la discriminación por género o cualquier otra razón.
Por su parte, el padre jesuita Francisco de Roux clama, haciéndole eco a un informe de la OCDE y a la Doctrina Social de la Iglesia, por un aumento serio en el salario mínimo. Plantea una revisión del salario mínimo que cubra la necesidad de la familia y sostiene que un salario mínimo justo para el trabajo formal de base no es inflacionario, eleva la productividad global, la demanda agregada, el crecimiento sostenible y el ahorro. Bruce Mac Master, presidente de la Andi, apoyó esta iniciativa en una de las asambleas regionales del gremio de los industriales.
A su vez, otros, como Noah Harari, insisten en el Ingreso Básico Universal ante la inminencia de grupos significativos de desempleados por el desarrollo de las aplicaciones con Inteligencia Artificial. “Por supuesto, en el siglo XXI se desarrollarán nuevos trabajos humanos, ya sea en la ingeniería informática o en la enseñanza de yoga. Estos exigirán, sin embargo, altos niveles de conocimiento experto y de creatividad por lo cual no se resolverán los problemas de los trabajadores desempleados no calificados”.
La lucha contra la pauperización de los salarios es fuerte en algunos sectores. Y esto no es bueno, pues genera brechas sociales muy grandes. Por ello, el Estado debe a través de la provisión de bienes públicos buscar siempre un bienestar general.
Las tensiones las debemos resolver hacia adelante, buscando un bienestar para todos y evitando que cada vez se generen más brechas entre los “ganadores de la historia” y los “perdedores”. La única vía para asegurar la cohesión social es la educación y su calidad (¡no es cualquier educación!). Y esta debe ser la gran inversión de nuestra sociedad. Si no queremos sociedades quebradas, fisuradas y antagónicas, las oportunidades deben ser iguales para todos, y ello precisamente lo logra la educación de calidad para todos. Solo un proyecto común logra abrirse campo en medio de las ideologías y poner en el centro la dignidad humana.
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