Luis F. Gómez


“Entre odios y amores. Así se ha vuelto el debate que hay entre los detractores y quienes están a favor del proyecto Tierra Viva en la finca La Aurora, aledaña a la Reserva Río Blanco, en Manizales”, señala la noticia en LA PATRIA del debate en el Concejo sobre la viabilidad de esa obra de más de 2.000 viviendas en un sector cercano a una zona de protección ambiental. Pues bien, este tipo de decisiones no se puede dejar en las tripas al son de las pasiones, sino que hay que atenderlos con cuidado en los argumentos técnicos. El desarrollo sostenible se debe asumir con mucha responsabilidad y ello implica que las razones sean las que primen sobre las emociones.
Hay que celebrar que estos temas sean asumidos por las organizaciones no gubernamentales y que convoquen el interés y preocupación de los ciudadanos. Este es un síntoma de democracia participativa propia de nuestra Constitución del 91. Sin embargo, cuando hay desinformación, falta de ilustración técnica y mala fe, la participación ciudadana se convierte sencillamente en un peligro público. Por ello, es necesario contar con instancias altamente técnicas y con una transparencia probada para asegurarle a la ciudadanía la limpieza y oportunidad de las decisiones que se toman. En ese sentido Planeación Municipal, la Corporación Regional de Caldas y las curadurías deben dar cuenta con mucho profesionalismo de sus decisiones. La fortaleza técnica en estas entidades debe darle la confianza y seguridad a la población que los permisos se expiden responsablemente.
A su vez, los Concejos municipales, autoridades que adoptan los planes de ordenamiento territorial (POTs), deben mejorar sustancialmente la percepción que hay en el país. Hay una sensación que los intereses de constructores y propietarios priman por encima del interés general. En efecto, hay varias indagaciones preliminares en los órganos de control contra muchos concejales a lo largo del país por su comportamiento en el trámite de los POTs.
Estamos pues, en lo que podríamos llamar tierra movediza. En los tiempos de la posverdad todo se complica. Como lo explica el portal Psicología y Mente: “La posverdad se ha definido como un contexto cultural e histórico en el que la contrastación empírica y la búsqueda de la objetividad son menos relevantes que la creencia en sí misma y las emociones que genera a la hora de crear corrientes de opinión pública”. Y un poco más allá está la maquinación para engañar, no tan lejos realmente de la posverdad. En pocas palabras, la confusión es mayor y más peligrosa en estas épocas de redes sociales. Y aún peor, cuando los políticos en búsqueda de votos meten ruido en los procesos sociales.
No se trata de poner en una balanza las fuerzas de amor y odio frente a un proyecto para que el Concejo, las autoridades de planeación o la curaduría tomen sus decisiones. Hay que estar muy alineados con la transparencia y con la información técnica.
Por lo pronto, nos queda claro, que las tripas no son buenas consejeras para tomar decisiones para el desarrollo de la ciudad.
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