Luis F. Gómez


Caminar hacia la reconciliación nos abre una senda para reconstruir el tejido social roto por la violencia. Parar la violencia es una condición necesaria, aunque no suficiente, para la reconstrucción social. Cuando la violencia asalta la paz y la confianza, la reconciliación tiene una seria tarea por delante. Pues bien, eso es lo que nos sucede en el país.
¿Y cómo caminar hacia la reconciliación? O en otras palabras, ¿cómo logramos reconstruir una convivencia en común? La reconstrucción las relaciones sociales luego de las rupturas que ha generado una historia larga de violencia, pasa necesariamente por un proceso complejo y delicado. No se trata de fórmulas sencillas o mágicas.
Veamos algunos de los pasos a seguir: en primer lugar se requiere un ejercicio de mucha verdad. Hay que saber lo que pasó. No se trata solamente de un ejercicio de memoria individual sino colectivo. Un ejercicio que busca no solamente recuperar una historia, un relato, sino hacer visible el dolor y el sufrimiento padecido. En un segundo momento es tener una experiencia de justicia. Para ello, aportes como los ofrecidos por la justicia restaurativa pueden permitir unas dinámicas bien interesantes en aras de la reconstrucción social. A este respecto hay que pasar del deseo retributivo, que exigiría sencillamente la sanción para el victimario, a una noción de justicia mucho más articulada con las víctimas, por ello, el componente restaurativo, que coloca en el centro a las víctimas puede ser mucho más útil que el sencillamente punitivo. En un tercer paso es la reparación individual o colectiva de las víctimas. Este aspecto tiene dos niveles, uno el concreto de reparar a las víctimas resarciendo los daños y pérdidas generadas, y otro es el simbólico, que cumple un papel social crucial, pues es el transformador de la cultura. El cuarto paso es fundamental y tiene que ver con la sanación interior de todos los implicados. A este respecto una visión trascendente constituye la mejor disposición para llegar al fondo de las heridas. Pues no es sencillamente ser capaces de convivir, o de medio reconstruir la confianza, se trata de llegar a la empatía con el antiguo enemigo, que exige pasar por el perdón.
Y en esta Semana Santa, uno de los mensajes centrales es cómo Jesús perdona, en efecto, cómo no se cansa perdonar. Negarnos a brindar el perdón, es sinónimo de quedarnos envenenados. ¿Y en qué se fundamenta el poder perdonar? La respuesta está en la experiencia de la gratitud de Dios para con los hombres y mujeres, en la toma de consciencia de la misericordia recibida que nos lanza a transformar los odios en amor.
Así que la reconciliación se juega en la verdad, en la justicia, en la reparación y en el perdón. Este es el camino.
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