Las universidades como instituciones que fomentan la democracia tienen como condición buscar el bien común y propender por romper los círculos viciosos con que el autoritarismo está infiltrando los fundamentos de la vida social. Este fue el llamado que nos hizo el padre General jesuita recientemente a los rectores de las Universidades en el mundo regentadas por la Compañía de Jesús.
La democracia como sistema que permite la búsqueda del bien común debe generar condiciones de desarrollo integral, y esto requiere ser alimentado con nuevas generaciones formadas para el ejercicio de una ciudadanía global.
Muchos virus son los que atentan contra la democracia. Moisés Naim, en su libro La revancha de los poderosos, señala tres con especial atención: el populismo, la polarización y la postverdad. Pues bien, todos ellos erosionan el terreno democrático dándole espacio a la manipulación y el autoritarismo, para que los enemigos de la democracia terminen acomodados en el poder. El General jesuita demandó de las universidades un aporte clave en la defensa de la democracia.
Frente al populismo que le quita el sentido auténtico al ejercicio de la voluntad de los pueblos, las universidades puedan generar una agenda pública de discusión con argumentos para evitar el marchitamiento del debate. En cuanto a la polarización reinante en la escena pública y que produce fanáticos y tribus digitales, gobernadas desde la bodegas oscuras y sucias que empañan el panorama de la discusión pública, las Universidades están llamadas a aportar por la generación de información sopesada, contrastada y analizada críticamente. Por otro lado, una investigación pertinente ayudará a iluminar los debates públicos. Así también, frente a la postverdad, que genera confusión conceptual y desinformación, que terminan en tergiversaciones fáciles y teorías conspirativas, convirtiéndose en pequeños instrumentos de dominación, las universidades están llamadas a trabajar denodadamente por la verdad, generando claridad sobre la realidad para explicarla y dar valores a la humanidad.
Por ello, las universidades están llamadas a formar para la participación en la vida pública, para la formación política de los nuevos ciudadanos, para que las instituciones democráticas se vean fortalecidas. Y esto se logra gracias a una formación rigurosa. Por otra parte, hay que generar espacios de discusión plural, donde el diálogo social sea abierto y fecundo proyectando consensos sociales. La creación de una cultura profundamente democrática y participativa debe ser uno de los vectores presentes en los currículos. Por tanto, hay que diseñar los procesos formativos con ejes transversales reales, no meramente nominales, sino con experiencias que marquen la estructura de los jóvenes.
Frente al populismo, debate público serio y profundo; frente a la polarización, la posibilidad de discusión plural y respeto entre todos los actores sociales; frente a la postverdad, la búsqueda sincera de la verdad. Todo con un horizonte el bien común para el desarrollo integral de las personas.
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