Luis F. Gómez


Ponernos en movimiento, no paralizarnos. Nadie se salva solo. Anticuerpos de justicia, solidaridad… fueron parte de la meditación del papa Francisco en abril, que acompañó al mundo durante el confinamiento y sigue vigente hoy cuando la cuarentena ha ido cediendo y nos enfrentamos a la reactivación de nuestra vida social y económica. Sus palabras son de consuelo frente a las difíciles circunstancias que ha vivido la humanidad y, al mismo tiempo, son un desafío y una propuesta sobre cómo trascender la situación de pandemia que nos sobrepasó en diferentes dimensiones de la existencia.
La primera, “ponernos en movimiento, no dejarnos paralizar” frente a lo desbordante de la experiencia, encontrar cuál es la tarea más importante para hacer, no huir, no evadir nuestro compromiso. En un tiempo, lo mejor fue permanecer en casa; ahora quizás es ajustar y reconstruir lo necesario para recuperar nuestras vidas. Encontrar esa misión personal, es sin duda una clave urgente.
La segunda, “entender que nadie nunca se salva solo”, esto significa comprender profundamente la importancia de la reconciliación y de “impulsar junto a otros” lo que sea necesario para asumir el impacto y las consecuencias de la difícil situación que enfrentamos, de manera creativa, ingeniosa. Dice el papa con “el Espíritu que es capaz de hacer nuevas todas las cosas”.
La tercera, “unir la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral”; un camino que por fuerza pudimos avanzar y que parecía imposible. El mundo pudo respirar, nuestra tierra recuperó en este tiempo algo de su vitalidad y de su fuerza, perdida con las acciones en contra de la naturaleza y en contra de los demás que hemos realizado a lo largo de mucho tiempo. La reflexión de Francisco nos ayuda a pensar que una vida más austera puede mejorar el acceso de otros a recursos que hoy no tienen, que podemos, si queremos, cambiar algo en nuestro estilo de vida para preservar el futuro del planeta.
La cuarta, fortalecernos con “anticuerpos de justicia, caridad, solidaridad y esperanza” para afrontar el miedo, la angustia, la tristeza, el desaliento, la pasividad y el cansancio que suscita una dura realidad como la que enfrentamos. Esto implica una construcción diaria y pertinaz, un compromiso permanente con nosotros mismos y con los demás, entendiendo que el mensaje de Jesús en medio de la tribulación y del luto, es una invitación a movilizarnos y amplificar su mensaje de alegría y de fe en el futuro por venir.
Vivimos tiempos difíciles, no solo por todas las secuelas de la pandemia, sino porque la muerte ronda nuestras comunidades, porque la violencia campea entre los más frágiles. El mensaje del papa, sin embargo, es un recordatorio de que “Dios jamás abandona a su pueblo, especialmente cuando el dolor se hace más presente”. La vida de Jesús es un ejemplo de la posibilidad de la resurrección; esa es la fuente de la alegría y de la esperanza que puede transformar nuestra pesadumbre en acciones, entregas, esfuerzos para salir adelante. Lo que sucede no nos paralizará, el mensaje de Francisco es que, inclusive viviendo nuestra propia pasión, podremos remover aquellos obstáculos que nos detienen, volviendo a vivir, en todo lo que implica. “La Unción del Señor se expandirá con una fuerza imparable que nos permita contemplar la realidad doliente con una mirada renovadora”.
Este mensaje que por sí solo no genera cambios, podría, si lo permitimos, volverse una fuerza, un motor que nos anime a gestionar, a realizar acciones, según nuestras posibilidades para mejorar el futuro que vamos a vivir. Ponernos en movimiento, unir nuestras fuerzas a la de otros, cuidar nuestro medio ambiente, buscar una vida más sostenible, mantenernos positivos fomentando valores de justicia, solidaridad, caridad y esperanza y confiar en nuestra fuerza, que es la fuerza de Dios a sus criaturas, son las claves que nos deja Francisco para seguir enfrentando, sin declinar, los días venideros.
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