Luis F. Gómez


La imagen de cinco jóvenes muertos de manera violenta, abandonados en un cañaduzal próximo a Llano Verde, estremeció a los caleños. La visión más cruda de la “Nuda Vida” que rescató para nosotros Giorgo Agamben, nos confronta como en un espejo y nos hace reflexionar. La Nuda Vida, la vida matable, desprovista de todo misterio, de todo rito, de todo simbolismo, puede ser acabada, sacrificada de forma impune porque no le damos trascendencia y eludimos reconocer su talante humano.
En Colombia, la muerte se nos ha hecho natural, porque la vida de algunos, no es más que nuda vida; existencia tan irrelevante para el Estado, como para los micropoderes, en zonas que parecen ausentes de Dios y ley. Esa vida desnuda que llevan los más pobres y que afecta de manera aguda a los más vulnerables, mujeres, niños, niñas y adolescentes, población diversa. Esta condición no apareció de pronto, es producto de un proceso, de una racionalidad política y económica que ha dejado en el margen a muchas personas y ha puesto en escalones hacia abajo a quienes viven en los márgenes. Lo desnudo en realidad, es lo desnudado, hemos permitido en procesos de empobrecimiento y despojo, que la vida de estos jóvenes quede desprovista de todo lo que hace que lo que la protege y la hace sagrada.
Para ellos, para los asesinos, esas vidas no tienen importancia, son vidas sin forma, sin relaciones sociales, sin afectos, sin poder, cuyo destino está en su palma de la mano. La vida de “los nadie”, de los ninguneados, descritos por Eduardo Galeano, es nuda vida, vida de “aquellos que no son, aunque sean”, seres fuera de la política, seres en el margen, sin presencia real en la polis, sin vida para manifestarse, para expresar lo que desean o lo que les parece justo o injusto; nuda vida que no es incluida como debiera y que en su vulnerabilidad es cortada antes de que pueda florecer.
Estos cinco jóvenes tristemente célebres por estos días, solo salieron de su anonimato gracias a la muerte. La parca, gobernó a través de micro poderes territoriales, que ratificaron su dominio con el estallido de una granada horas después. La estridencia del dispositivo terminó siendo, paradójicamente, la voz que confina y exige silencio, miedo; la obligación para la comunidad, de volver a ocupar el lugar de las ausencias, de la pobreza y de la exclusión de la nuda vida. Vida controlable, irrelevante, disponible, eliminable por el poder que gobierna donde no hay presencia de Estado.
Mirando la masacre en perspectiva, anima pensar que las autoridades locales y nacionales hacen esfuerzos por restablecer la ley y el valor de la vida de tantas personas en esa comunidad y sus alrededores; podemos esperar que haremos todo lo posible por hacer justicia por sus vidas, que el Estado recompondrá las cosas para protegerlos, para restituirlos, para integrarlos rompiendo la condena del olvido.
Sus vidas y sus muertes deben dejar de ser hechos biológicos de nuda vida para ser hechos políticos. Nuestro deber es recordarlos, darles importancia, dilucidar sus muertes y evitar que se repitan. Los cuerpos necesitan cubrirse, cobijarse, protegerse, de derechos, de condiciones, de seguridad. Se requiere que el Estado opere donde tiene que operar, construir la política y permitir que aparezca la ética que nos movilice al rechazo sistemático y a exigir las investigaciones y sanciones a las que haya lugar. No debemos permitir que la violencia campee y se haga natural, debemos rechazar todo lo que normaliza la violencia. Que no haya ningunedados, nadies, nuda vida en nuestra comunidad.
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