Luis F. Gómez


Pensar en la política nos debe poner a gravitar alrededor de los conceptos de bien común, ley y diálogo constructivo. El noble fin de la administración de la cosa pública es la búsqueda del bien común dentro del marco legal. La posibilidad de beneficiar a todos por igual, brindar igualdad de oportunidades a todos los miembros de la sociedad, de ofrecer las condiciones mínimas de desarrollo de todos los miembros de la sociedad, es lo que debemos buscar con el ejercicio de la política.
Bien señalaba Aristóteles que la felicidad individual requería de condiciones sociales de posibilidad. En efecto, al ser sociales por naturaleza los hombres y mujeres entramos en relación con los otros, en estos procesos de asociación terminan apareciendo los Estados. La vida en comunidad requiere para su regulación y organización de normas y formas de gobierno. Una de ellas es la democracia. Por ello, un día como hoy donde se ejerce el derecho al voto, a elegir a los representantes en el órgano legislativo, es fundamental que tengamos ese norte del bien común.
Por ello, es vital que a la hora de decidir por quién se va a sufragar se consideren criterios superiores: bien común, legalidad y capacidad de diálogo. Son criterios que pueden ayudar mucho: Primero el bien común, podría preguntarse, ¿busca esa persona el bien común, el bienestar general, o está pendiente de satisfacer sus intereses personales o de grupo por encima de los generales?; en segundo lugar, el respeto de la ley, ¿esa persona o grupo político es respetuoso de la legalidad, del marco legal del Estado?; y finalmente, la democracia implica diversidad, pluralismo, para que en el juego de esas diferencias emanen consensos, ¿es esa persona capaz de entrar en diálogo con otros que piensen distinto para construir algo común?
Hoy debemos pensar en términos sociales, en capacidad de construcción de lo público, buscando el bienestar general, para que el ambiente, las condiciones sociales, sean una plataforma adecuada y propia para que la gente pueda buscar, en ejercicio de su libertad, la felicidad de cada uno.
No permitamos que lleguen al Congreso esos que privatizan lo público y lo ponen al servicio de sus intereses particulares, o que están financiados por grupos o gremios y que imponen su agenda repleta de sus intereses. Tampoco permitamos que lleguen al Congreso los violadores de la ley, los que con la corrupción se roban los presupuestos públicos, los que se dejan sobornar para legislar en determinado sentido, los que tienen precio y caen seducidos por la plata fácil. Ni permitamos que lleguen al Congreso los que no son capaces de entrar en diálogo ni construir con otros el país que todos necesitamos. Y entre los que pasen este examen, elija el que más le guste.
El momento de soledad del ciudadano en el puesto de votación en el cubículo, a la hora de marcar el tarjetón, debe ser un momento de profunda responsabilidad con la sociedad.
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