Luis F. Gómez


Fue muy interesante oír la experiencia del proceso de paz con la Eta que narró el presidente del País Vasco, Iñigo Urkullu, en su reciente visita a Colombia. El Lendakari, como llaman en Vasco al presidente, manifestó que el proceso de paz en España era muy distinto al colombiano, por las diferencias de origen, historia y condiciones. Sin embargo, la dinámica es bien interesante y puede tener valiosas enseñanzas para el caso nuestro.
El Lendakari subrayó, entre otros, tres aspectos. Primero que todo la presión social que estaba reprimida por el contexto de violencia propia del terrorismo, que generaba un ambiente adverso a la protesta social y a la participación en la democracia. Es decir, que la voz de la sociedad es acallada por el conflicto armado. Y que solo después fue emergiendo, ganando la expresión de una democracia participativa. En este sentido, es claro que la voz de los violentos, que muchas veces se autodecretaba como la voz de los sin voz, no era tal, sino que, al contrario, la violencia silenciaba la palabra de la sociedad. El acuerdo de paz brinda condiciones para la vida en democracia.
En segundo lugar, un proceso claro y sistemático del tránsito de la dejación de la violencia de una manera ordenada. En este sentido, no solo para hacerlo creíble, sino también para hacerlo viable en la implementación. A este respecto es fundamental que se honren los acuerdos firmados con la guerrilla. No es hora de conejos. Ni de leguleyadas. A este respecto es fundamental ser muy consistentes y cumplir la palabra acordada. El compromiso no es solamente con los signatarios de los acuerdos, es con la historia.
Y finalmente, una política de cohesión social y de reducción de las inequidades al interior de la sociedad. A este respecto, mencionaba el Lendakari que de cada tres euros de su presupuesto se gastan 2 en cuestión social. En educación, salud y aseguramiento del ingreso. Hay pues, una apuesta clara a que en la sociedad no existan graves brechas que echen abajo la cohesión social.
En estos tres puntos podríamos sacar importantes moralejas para el proceso con la Farc, haciendo una relectura libre de la experiencia vasca. La primera la importancia de “desfarquisar” la consolidación del proceso paz y meterle mucha más sociedad civil. Mucho más a las comunidades en los territorios. En segundo lugar, ser muchísimo más cuidadosos con todo el proceso en su implementación, es decir, que el Gobierno cumpla seriamente con los compromisos firmados tanto en los aspectos logístico-operativos, como en los reglamentarios. Como a nivel internacional se habla del “pacta sunt servanda”, lo pactado obliga, en otras palabras, el acuerdo con las Farc hay que cumplirlo. Finalmente, que la paz se hace duradera si hay cohesión social, si hay equidad.
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