Se termina el 2021, un año que no fue el definitivo para dejar la pandemia atrás, ella nos sigue acompañando, quizá por siempre como un problema de salud endémico. Un año que nos dejó al rojo vivo los problemas estructurales de pobreza y exclusión, pero también las oportunidades tan grandes para transformarnos. Un año que afloró la desesperación y el empeño; la victimización y la resiliencia; la necesidad y la solidaridad. El 2021 nos da paso a un 2022 que está lleno de incertidumbre, y al mismo tiempo, de gran responsabilidad ciudadana y social, por las decisiones que se tendrán que tomar para el futuro de la democracia en el país. Y el 2022 es más que un año electoral, es un año de la ciudadanía consciente, es un año para la defensa de la democracia, es un año para sanar heridas, es un año para dejar atrás la polarización y generar consenso que nos jalonen como nación, en fin, es el año de la democracia.
No obstante la relativa fortaleza institucional que tiene el país, todavía su solidez no es la mejor. La presencia del Estado no es homogénea en todo el territorio nacional; la mano tendida del aseguramiento de derechos no llega a todos los ciudadanos; las economías informales no permiten que la formalidad asiente definitivamente; las diversas ilegalidades permean y fragilizan la legalidad de nuestro sistema; unos corruptos han secuestrado presupuestos. En este contexto, es fundamental defender la democracia como motor para generar las dinámicas de consolidación de una sociedad que busca el bien común y defensa de la legalidad.
La democracia como sistema implica la diferencia, la diversidad, la pluralidad; pero también, si funciona debidamente, debe ser el escenario para la construcción de los grandes consensos. El espacio para que se logre una síntesis propositiva y proactiva, para que le permita a la nación seguir adelante. Por ello, políticos que generen divisiones infranqueables, posiciones irreconciliables, que rompan los puentes en vez de tender, no sirven, porque terminan intoxicando la democracia, paralizándola y resquebrajándola.
El 2022 es un año electoral, con elecciones de Congreso, tanto para reintegrar el Senado como la Cámara de Representantes. Y qué bueno hacerle seguimiento a los que desean ser reelegidos para ver si realmente se lo merecen o no. Por otra parte, serán las elecciones presidenciales en seguramente dos vueltas. Las elecciones tienen sus riesgos de transparencia, bien lo ha manifestado de manera reiterada la Misión de Observación de la OEA, especialmente por la fragilidad de algunos municipios frente a la manipulación el día de las elecciones. A ello habrá que ponerle mucho cuidado, para que no haya focos de corrupción que terminen incidiendo en el resultado final.
Sin embargo, más allá de lo mecánico-electoral, es capital la defensa de la participación ciudadana, pues es, finalmente, uno de los ingredientes insustituibles de cualquier democracia. Este es otro de los frentes donde hay que defender la democracia: una participación libre e informada de los electores.
Los políticos y los electores, todos, deben ayudar a la desintoxicación de la democracia, solo así lograremos defenderla de los populismos que la carcomen y destruyen.
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