El adviento puede ser una excelente clave de re-lectura para lo que hemos vivido como sociedad en este año. Un año con muchas complicaciones, donde nos comenzamos a parar del golpe tan fuerte que nos dio el inicio de la pandemia, pero donde descubrimos muchas brechas y fisuras en nuestra sociedad, sin embargo, también un año donde se nos comienza a mostrar una luz de esperanza.
En efecto, el tiempo de Adviento, como el período de tiempo de preparación a la celebración de la venida del Salvador, es un lapso muy propicio para lo que podríamos llamar el alistamiento espiritual para la fiesta de la Navidad y muy particularmente para recordar que el Dios en que creemos es un Dios cercano a la humildad, que decidió encarnarse, asumiendo la condición humana. Que camina la historia junto a nosotros.
En la historia de la Iglesia, el adviento consistía en un tiempo de tres semanas, y luego fue consolidado, desde el papa Gregorio Magno, por las cuatro que celebramos en la actualidad. En sus orígenes era un tiempo de ayuno, que ayudaba a preparar el espíritu para conmemorar la venida del salvador, “adventus Redemptoris”, como se decía en Latín. Y es importante tener ese sentido de preparación personal para vivir a plenitud y profundamente este tiempo del año litúrgico en que nos encontramos. Tiempo que es común a muchas iglesias, no solo la Católica, sino también la Ortodoxa, la Anglicana, los Protestantes, la Copta. Es pues, una tradición bien arraigada. Y un ejercicio espiritual y vital de los hombres y mujeres como antesala a una solemnidad que tiene como foco central la esperanza y la alegría.
Y este tiempo sí que nos puede servir de clave relectura a las experiencias vividas en este año. Y lo que es más importante es, si se quiere, la luz de faro que nos puede iluminar hacía el futuro. La alegría es un estado anímico muy propio del buen espíritu, de la presencia de Dios en las personas que van por un buen camino… Y esa fuerza que da los estados de consolación son la mejor dinámica para desatar procesos de transformación en nuestras vidas, pasando a la acción. Buscando esa voluntad de Dios en la acción, en esa construcción del Reino de Dios entre nosotros, donde el amor, la comprensión, la solidaridad nos fermenten la vida. Es la esperanza en acción, lo que llamarían los filósofos, la esperanza como postulado práctico.
Así, pues, no dejemos pasar en blanco este tiempo antes de Navidad, hemos celebrado ya el día de las velitas, que comienza a llenarnos de esa luz en lo profundo de los corazones, que nos hace esa invitación a sembrar esperanza en medio de nuestras gentes. La esperanza como la gran oportunidad para comunicar esa alegría de forma concreta.
Que el tiempo hasta la Navidad nos prepare debidamente y que con esa fuerza continuemos sembrando la esperanza.
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