El mundo está cambiando. Y la “cultura” de permisividad sobre la violación terminó. Hay algunos rincones en el mundo donde todavía hay dinámicas sociales que tapan y aún que excusan conductas típicamente violadoras. Colombia está siendo de los países que, enraizados en una profunda y muy peligrosa cultura machista, cobijaba muchas formas aberrantes, salvajes y vergonzosas de abuso sexual, pero en los últimos años hemos comenzado como sociedad a dar el paso hacia una condena explícita y poco permisible con la violación. Durante la guerra del país algunos grupos la utilizaron como arma de guerra, o sencillamente como forma de expresión de sus aberraciones prohijadas por el poder que les daba portar un arma. En el nuevo contexto del país, una de las muestras de humanidad debe ser el respecto por la sexualidad de las personas.
Los estudiosos que señalan que las violencias sexuales, conjuntamente con la tortura, son las que provocan en las personas los más hondos traumas psicológicos, que se expresan en sensaciones de peligro permanente para las víctimas, tener crisis de pánico y el sufrimiento de enormes problemas de ansiedad. Por ello, muchas de las víctimas terminan refugiadas en las drogas como camino de escape. Según algunas estadísticas, se afirma que el 50% de las personas abusadas terminan en adicciones sea de drogas o de alcohol, en el afán de alejar de su memoria los hechos de la agresión que los traumatizan. La vida de las víctimas se ve gravemente afectada por las violaciones.
La lucha contra las violencias sexuales debe estar acompañada de un esfuerzo por evitar la impunidad en la cual quedan muchas de ellas. Y para que ello ocurra se requiere una preparación a los organismos de investigación judicial y a los mismos jueces y magistrados. No será fácil. Pero solo con una decisión social acompañada con las implementaciones en los organismos especializados será posible cambiar el curso de esta dura realidad. Solo así se logrará de veras acompañar a las víctimas y hacerlo lo más pronto posible.
La cultura de la violación se resguarda en tres tristes malas comprensiones: se duda del relato de la víctima, se niegan los hechos del caso y se afirma que la sexualidad es violenta en sí misma. Frente a estos falsos caminos, hay que fortalecer esa decisión social contra esta cultura que termina permitiendo el abuso de muchas personas. De otra parte, se ha constatado que en algunos casos las víctimas cuentan lo que les ocurrió, pero no señalan ni individualizan al agresor responsable. Por ello, hay que ganar también en la libertad de las víctimas para que señalen a los agresores.
Frente al sufrimiento de tantas personas por haber sido víctimas de violencia sexual, un cambio sustancial de cultura puede abrirnos a caminos de humanización.
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