Mi formación académica me impide hacer de agorero, pero las predicciones son un instrumento de planeación que abre diferentes escenarios para la toma de decisiones. En esta oportunidad, intentaré aplicarlo al campo político-electoral que ya demanda la atención ciudadana por ser un asunto de interés general y vital para el futuro de Colombia.
El 9 de abril de 2016 escribí una columna en este mismo espacio que se volvió premonitoria. Sostuve lo siguiente: “La alternatividad política en Colombia tiene que entender que la tarea de elegir un presidente en el 2018 no es una campaña política más. Es la oportunidad histórica de gobernar un país que está demandando con urgencia las transformaciones aplazadas durante dos centurias y las que se requieren para entrar con dignidad al siglo XXI. Y eso solo es posible con la construcción de los más amplios consensos en torno a un programa de gobierno profundamente democrático, algunas de cuyas bases ya se han mencionado. Ese es el diálogo nacional que hay que empezar a construir desde las regiones”.
Esos consensos comenzaron a darse con el anuncio de unidad de tres fuerzas políticas: el Polo, Alianza Verde y Compromiso Ciudadano. Según sus voceros, trabajan más allá de las presidenciales y se proyectan estratégicamente a convertirse en opción real de poder y de gobierno para superar el cuello de botella en que se encuentra Colombia: unos viejos y nuevos partidos políticos anquilosados y escleróticos, que no quieren cambiar a Colombia ni cambiarse a sí mismos, permeados por la corrupción y el clientelismo, cuyos tentáculos se irradiaron en toda la estructura del Estado, reproductores de la violencia y de los odios como instrumentos para continuar aferrados al poder, enemigos de la paz y la reconciliación.
Las recientes encuestas de intención de voto reflejan dos grandes tensiones que seguramente se mantendrán hasta el final, por un lado, el continuismo de la vieja política representado en Vargas Lleras o en el que Uribe elija, al estilo de los principados; y por otro, los liderazgos emergentes que comienzan a confluir pensando en el futuro de Colombia y más allá de los intereses partidistas de bajo aliento. El electorado moverá la balanza entre esas dos opciones, aunque en su intermedio aparecerán otras candidaturas que servirán de pesos y contrapesos en la eventualidad de una segunda vuelta.
Desde el continuismo, la estrategia aplicará el criterio de “divide y reinarás”, por eso ya se mueven en el desprestigio de sus contradictores a través de acusaciones como “castrochavistas”, el uso del poder para fabricar investigaciones disciplinarias, falsos rumores “porque de eso algo queda” y miles de “tácticas” propias de la llamada guerra fría.
Desde el campo de la alternatividad, su estrategia será diferenciarse de la política del miedo, promoviendo la alegría, la esperanza y la confianza en que el cambio llegará, dejando atrás 200 años de transformaciones represadas. El camino está abierto a la capacidad innovadora para hacer la política, para construir una unidad programática seria, para que los liderazgos individuales se pongan al servicio de la construcción de un proyecto de país que profundice la democracia, ataque las causas de la desigualdad y la exclusión. El gran reto será ganar la confianza de un electorado manoseado, de una juventud ignorada y de las inmensas mayorías que aún piensan que su voto no vale porque la vieja política al final se impondrá por encima de la ética.
Así lo refleja la encuesta de marras, cuando pregunta al ciudadano ¿quién cree que ganará? y ¿quién preferiría que ganara? La respuesta es diferente, en el primer caso se impondría la vieja política; en el segundo, la intensión de voto sería por la alternatividad.
Creo que las próximas elecciones serán las más difíciles y complejas desde la constitución del 91. Colombia tiene dos oportunidades, o sigue sumida en el rencor, el atraso económico, el enriquecimiento de unos pocos por la vía del clientelismo y la corrupción; o sale adelante, superando esos lastres, para emprender las reformas democráticas que se requieren. La llave no la tienen los partidos, está en los indiferentes. Son estos últimos, los abstencionistas, los que tienen la capacidad de cambiar o seguir en crisis perpetua.
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