Lina María Gutiérrez


Oí por primera vez hablar del rumor de Indira Cato, la hija de Gabriel García Márquez en el año 2014 o 2015. Que la noticia se haya vuelto pública en estos días gracias al periodista y escritor Gustavo Tatis en el diario El Universal de Cartagena, volvió a poner en el centro de la pista entre tantas discusiones morales, la pregunta: ¿es posible separar la obra del artista?
La periodista Fabiana Scherer respondió a esta pregunta en un amplio artículo en La Nación de Argentina reuniendo opiniones. El historiador, docente y ensayista argentino Sergio Pujol: “Pero no podemos desconocer los contextos de época. Por ejemplo, resulta ridículo descartar buenos tangos porque sus letras eran machistas, o cuestionar los modos de representación del amor romántico en las viejas comedias de Hollywood. Con ese criterio, deberíamos desechar El mercader de Venecia, por su evidente contenido antisemita. Hay ahí un desafío muy interesante: ¿cómo resignificar aquellas obras sin traicionarlas? Creo que (...) en determinadas circunstancias, la información que disponemos del artista abre otros sentidos en una obra, en lugar de limitarlos”.
El escritor, investigador y ensayista Martín Kohan afirma que es indispensable separar al artista de su obra: “Lo que una determinada persona pueda parecernos no determina en ningún sentido lo que pueda llegar a parecernos una obra que esa persona ha hecho. Una obra nunca se reduce a la intencionalidad que su autor pudo tener, por suerte, porque, si así fuera, el lugar de los receptores sería más bien pasivo. Por ende, la posición que se tome respecto de un autor y la posición que se tome respecto de una obra no tienen por qué ser correlativas. (...) Ahora bien, no me parece menos banal admirar a un artista (no como persona, sino como artista) porque defiende las buenas causas y se atiene a lo políticamente correcto”.
El escritor argentino Ariel Magnus: “Están separados el artista y su obra: el primero, sin duda, desaparece; la segunda, en el mejor de los casos, queda. Y es, por lo tanto, la única que realmente importa. Puedo no saber nada de un artista y da igual; de la obra siempre sé todo, aun si solo es un fragmento. Claro que la biografía agrega mil detalles, nos predispone mejor o peor para la apreciación de la obra, opaca o ilumina, pero de ningún modo resulta inseparable ni indispensable. Pensémoslo al revés: porque sabemos que un artista es un filántropo, un héroe de la humanidad, ¿sus obras van a ser mejores? Por mucha voluntad que pongamos, si son malas, son malas –especula–. Supongamos que se descubre que Camus efectivamente mató a alguien porque sí. ¿Prohibimos El extranjero? Yo más bien agradecería, sotto voce, que ese asesinato haya servido para inspirar un gran libro”.
Dice en El País de España el escritor argentino, Patricio Pron: “Juzgar una obra por la moral de su autor es empobrecedor” y Carolina Sanín en Twitter: “Con toda la basura que se encuentre el rey sigue siendo formidable” y “ `Cancelar´ a un artista por su comportamiento es severamente idiota. Creen que están castigándolo a él (muchas veces, además, ya muerto) y se castigan a sí mismas privándose de una obra que habla de todos y es de todos – y de todas”.
Sea Woody Allen, Michael Jackson, Roman Polanski, Paul Gauguin, J Balvin, Plácido Domingo o el grandísimo Gabriel García Márquez, nada de lo que hayan hecho en su vida los hace menos artistas. Ni más faltaba que ahora Gabriel García Marquez fuera menos escritor. Nada de lo que haya hecho Gabo mientras vivió tiene que ver con su obra. Yo como lectora, seguiré idolatrando todo lo escrito por el mismísimo Rey.
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