Juan Álvaro Montoya


Vivimos una época de caos. El contexto informativo actual, globalizado e instantáneo, agobia con las malas noticias que se ciernen sobre nuestro destino. Desde la inestabilidad política en los Estados Unidos, hasta las tensiones sociales que se experimentan en Europa, pasando por las singulares convulsiones en América Latina, hacen que descienda en el futuro inmediato un manto gris difícil de negar. Solo basta una breve mirada a los medios para percatarse de estas horas oscuras. El entorno nacional es un reflejo de lo que sucede en el exterior.
El balance económico arroja un lamentable saldo en rojo. La actual pandemia ha sumido la producción colombiana en un declive histórico del -17,1% del PIB con respecto al año anterior. Los sectores que han resultado fortalecidos durante la crisis, principalmente los que agrupan las empresas de consumo masivo, no compensan aquellos que se han visto seriamente golpeados por un confinamiento prolongado por más de cien días. El hueco fiscal que abrieron los programas sociales comporta una deuda que debe ser saneada por vía de impuestos, para lo cual el ministro de Hacienda ya viene anunciando un modelo contractivo que disminuye el gasto y procura el aumento de tributos. Por su parte el Marco Fiscal de Mediano Placo (mfmp) contempla un endeudamiento público de 109,5 billones (10% del PIB) para atender las necesidades pandémicas, con lo cual la deuda externa de Colombia aumentará al 65,7% del PIB. En este panorama urge una política contra cíclica expansiva que estimule la inversión, reduzca los impuestos y mitigue los efectos recesivos que se avecinan en 2021. En contraste, resulta positivo el aumento de los saldos consolidados de las cuentas de ahorro según reportes de la Superintendencia Financiera, que registraron un alza del 20% al concluir septiembre, con lo cual se espera que el gasto de hogares se dinamice durante el cierre del año. De igual forma suma el repunte del mercado laboral que ha venido recortando espacio y en base al cual se debe cimentar cualquier recuperación.
En lo político, la proximidad de las elecciones presidenciales del 2022, aportan un peligroso ingrediente a estos tiempos excepcionales. Suman programas de gobierno se que se presentarán a escrutinio, la alineación de las fuerzas electorales, los debates ideológicos que se construirán de cara a la contienda por la Casa de Nariño y la inagotable fuente de información de los votantes antes de depositar su sufragio. En efecto, hoy existen los recursos impensables hace un par de décadas, que nos otorgan las herramientas necesarias para fortalecer nuestra democracia. Un aporte especial hace Álvaro Uribe en este conteo. Pese a la malquerencia de sus contradictores, ha conservado la dignidad y altura ante la felonía de lagartos que antes se beneficiaron en sus administraciones. Por la trascendencia, peso y dignidad que representa, su presencia es inexcusable en el contexto nacional y no podrá ser excluida en base a leguleyadas que pretendan mantenerlo bajo rejas. Restan las calumnias a las personas que no se han podido derrotar con las ideas, los conatos violentos que enturbian las marchas pacíficas, la incertidumbre sobre el porvenir de la patria y, ante todo, el pozo putrefacto en que se encuentra el debate ideológico. Ya no se discuten ideas pues en su lugar se construyen falacias ad hominem del tamaño de catedrales que tienen por objetivo derribar al hombre antes que sus propuestas.
Finalmente, lo social es un polvorín. Los estudiantes, los indígenas, los trabajadores han elevado reclamos ante el ejecutivo central que propenden por logros en sus respectivos campos. Resta la violencia que se ha apoderado de la protesta y las probadas filtraciones de grupos armados que orquestan ataques simultáneos a la institucionalidad y deslegitiman los reclamos de un sector de la sociedad que debe ser escuchado. Esta combinación de todas las formas de lucha ha desdibujado sus querellas y solo conduce a un rechazo generalizado de la sociedad que ha visto los sepulcros de mas compatriotas de los que puede contar. Suman los canales de diálogo que el Gobierno ha mantenido y su voluntad de adoptar varias de las iniciativas allegadas durante las marchas de fin del 2019, el acatamiento del ejecutivo a los fallos que le ordena la adopción de ciertas posturas frente a las marchas y la voluntad de adoptar los cambios necesarios para mejorar como país.
Faltan, cuando menos, dos años para volver a la calma. Por lo pronto, vaya haciendo sus cuentas.
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