Juan Álvaro Montoya


Hace algunos meses, durante el largo periodo de cuarentena que experimentamos, ofrecimos a algunas Cámaras de Comercio y de modo totalmente gratuito, una serie de jornadas de capacitación en comercio internacional a través de las cuales los empresarios inscritos pudieran repensar sus modelos de negocio y reformular sus fuentes de ingreso. La ocasión era propicia. Todos estábamos confinados en cuatro paredes y el tiempo disponible permitía emplearlo en actividades mucho más interesantes que rumiar penas. Esta iniciativa surgió como un aporte voluntario y desinteresado para apoyar el frágil tejido empresarial que compone nuestra economía y propender porque aquellos emprendedores que habían visto disminuir sus ingresos, encontraran a través de estos espacios una alternativa para abrir nuevos horizontes en mercados extranjeros. Pero nadie es profeta en su tierra. Este ofrecimiento fue recibido por varias Cámaras de Comercio del país en ciudades como Cartagena o Cali, pero rechazado en Manizales por cuanto, según la entidad “… después de validar con algunas empresas cercanas, en este momento no tienen claridad frente a desarrollar o prepararse en una estrategia para llegar a mercados internacionales”.
Esta respuesta parece encontrarse en línea con los lánguidos resultados de la política nacional de fomento al comercio exterior, olvidando que la globalización es un hecho y debe ser prioridad de todos los gobiernos impulsar el mercado externo de sus productos y servicios originarios. En efecto, durante los años 2009 a 2013 nuestra balanza comercial reportó superávit continuo, pero a partir del 2014 el registro presenta números rojos para nuestro país llegando a un déficit del 27% en 2019, números que por sí solos desdicen de la capacidad de gestión de las instituciones públicas para impulsar nuestro potencial exportador. Por su parte, del total de los 36.489 millones de dólares transados en mercados internacionales en año 2019, solo el 18,64% corresponde a productos agropecuarios, de los cuales 6,91% concierne a café y 3,24% a frutas y legumbres. Como resulta previsible, aún con bajos precios de petróleo la mayor participación porcentual se la llevan los combustibles y bienes de las industrias extractivas con un 55,74%.
Resulta paradójico que toda la atención del ejecutivo nacional y las organizaciones gremiales se traslade a sectores maduros de la economía, como sucede con el minero energético, y se desatiendan cadenas de producción sensibles socialmente, que contribuyen al cierre de la brecha social y dinamizan la economía local de la mayoría de los municipios de Colombia, como sucede con el sector agropecuario, turístico o industrial. Efectivamente, de acuerdo con el DANE, las Pymes representan para nuestro aparato productivo el 80% del empleo formal y el 90% de la producción nacional, pero solo participan de un poco menos del 30% de las exportaciones totales, lo cual evidencia un reto en la política pública de comercio exterior. En esta misma línea, la CEPAL, a través de su investigación “El desempeño de las empresas exportadoras. Guía de Indicadores y Resultados”, presentaba las series históricas de las compañías que se atrevían a dar el salto hacia mercados internacionales, detallando que Colombia se había estancado durante los últimos 12 años en 11 mil empresas, superada por países como Brasil con 24 mil y México con 33 mil.
El reto es grande. Implica trabajar en la cultura corporativa colombiana para demostrar que el acceso a los mercados internacionales es posible, que las dificultades no son insalvables y que las oportunidades existen para quienes desean verlas. Poseemos una oferta exportable única, que va más allá del petróleo y carbón, con bienes y servicios que son reconocidos a nivel internacional y que pueden convertirse en una alternativa clara para diversificar los ingresos en momentos en los cuales el consumo interno se ha visto afectado por la baja demanda y deflación persistente.
Tal vez en algunos años nuestras entidades tengan un papel más activo hacia los medianos y microempresarios del país y vean que ellos simbolizan la verdadera fuerza productiva nacional y no solo un cliente más del cual se espera la renovación de su matrícula mercantil.
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