No existe una definición unitaria de partido político. Se calcula que desde 1945 a la fecha, solo en Europa se han publicado más de 11 mil libros dedicados a esta materia. Cada texto adopta definiciones, elementos y características propias. En la teoría moderna, una de las primeras acepciones la brinda el padre del “liberalismo conservador” Edmund Burke en su libro “el descontento político” al expresar que “Un partido es un cuerpo de hombres unidos para promocionar por medio de la unión de sus esfuerzos el interés nacional sobre la base de un principio concreto respecto del cual todos se muestran de acuerdo”.
En esencia, es posible sostener que los partidos políticos son instituciones públicas que representan un colectivo ciudadano que posee aspiraciones, ideales, intereses y objetivos similares. Estas personas se encuentran unidas por una estructura que traza unos postulados doctrinales uniformes para detentar el poder público.La fundamentación ideológica hace parte de la esencia misma del partido político. Cada una de las definiciones difundidas, con mayor o menor amplitud, permite distinguir el componente doctrinal como elemento transversal a la existencia de los movimientos ciudadanos. Desde los extremos capitalistas hasta los fortines comunistas, las agendas de desarrollo se plantean desde las bases de los partidos para ser debatidas en el ambiente nacional.
La escena electoral de los Estados Unidos está dominada principalmente por los partidos Demócrata y el Republicano. Aunque existen otros movimientos como el partido Libertario, el Verde y el de la Constitución, son estas dos agrupaciones las que concentran cerca del 95% del voto en el coloso del norte. El partido Demócrata ha sido fiel a los principios liberales sobre los cuales se fundó en 1824 por parte de Andrew Jackson y desde entonces ha abanderado causas de igualdad, fraternidad, lucha contra la segregación racial y derechos civiles. Nadie duda que figuras como Jhon F. Kennedy, Franklin D. Roosevelt, Woodrow Wilson o Brack Obama fueron dignos representantes de esta colectividad. Por su parte el partido republicado ha pregonado desde su fundación en 1854 en la pequeña ciudad de Ripon (Wisconsin) los principios de conservadurismo, federalismo y nacionalismo estadounidense. Bajo estos lineamientos ha llegado a la Presidencia con figuras como Abraham Lincoln (quien ha sido considerado como el mejor presidente en la historia de la nación americana), Ulysses S. Grant, Ronald Reagan o George Bush. Estos dirigentes han escogido con acierto su posición política, arropados bajo las bases filosóficas de sus respectivas agrupaciones electorales.
Pero estas claras coincidencias se han perdido en nuestra patria, en la cual la miopía hace parte de nuestra dogmática política. Nuestros candidatos camaleónicos se abrigan bajo el amparo de un sistema electoral ambivalente en el cual la ideología no hace parte del componente estructural de los partidos políticos. En efecto, el Consejo Nacional Electoral expresa que “Los partidos son instituciones permanentes que reflejan el pluralismo político, promueven y encauzan la participación de los ciudadanos y contribuyen a la formación y manifestación de la voluntad popular, con el objeto de acceder al poder, a los cargos de elección popular y de influir en las decisiones políticas y democráticas de la Nación”. De acuerdo con esta acepción, la orientación filosófica o doctrinal no es necesaria ni hace parte de un mismo partido político, razón por la cual bajo un mismo techo partidista se pueden agrupar extremos que poco tienen en común. La ausencia de un componente ideológico en la definición oficial de partido político ha viciado nuestro sistema democrático y, como un cáncer, consume a las nuevas generaciones que creen que hacer política es solo aportar votos y no ideas.
Nuestra nación clama por una realineación ideológica, en la cual los candidatos representen las ideas de un pueblo y no los intereses de una maquinaria. Una nueva concepción de participación en la cual los principios y no los puestos orienten las decisiones electorales y se exponga ante las urnas una nueva alternativa de gobierno y no una forma ambivalente de hacer lo mismo. Los movimientos políticos han dejado de ser centros de pensamiento y se han convertido en empresas electorales dedicadas a enriquecer a sus dirigentes. Atrás han quedado los partidos de las ideas pues hoy damos la bienvenida a los partidos de las utilidades pues parecen repetir una y otra vez que “en política hasta la mierda cuenta si aporta votos”.
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