Juan Álvaro Montoya


Mucho tiene la poesía que atrae. Relata tragedias, vivifica glorias, extrae lágrimas, nos traslada por espacios insondables que permiten descubrir nuevos horizontes, retira el velo de la carga emocional de la existencia humana y deja desnudas las pasiones para ser contempladas con el matiz de la verdad. La poseía es alma en rima, dolor en estrofas, lágrimas en versos y, ocasionalmente, sonrisas en sonetos. Entre todos, el verso latinoamericano es estimulante. Como no degustarse con Mario Benedetti, Rubén Darío, Neruda, Jorge Luis Borges, Guillermo Valencia o Alfonsina Storni. Ellos abren las puertas de la conciencia en sus estrofas y excitan la imaginación con sus pasiones. Qué bendición significa haberlos conocido.
En una de estas búsquedas encontré una carta, olvidada y roída por el tiempo, escrita por un autor desconocido, que clamaba así:
“Has partido. El tiempo se ha convertido en una insufrible distancia que nos aleja con el campaneo del reloj. Indefectiblemente nos movemos hacia adelante en él, en un tránsito que no conoce retorno. Con el paso de los días y ante la taciturna contemplación de los momentos que yacen sepultos a tu lado, he comprendido que la suerte es – tal vez – la única constante para quienes transitamos este valle. Algunos días la ventura nos sonríe y entonamos cánticos de júbilo para agradecer las vendimias del cielo, otros, por el contario, nacen sombríos, teñidos de una lobreguez que enluta el alma y que anticipa tragedias. ¡Que ambivalencia!
Tu ausencia ha dejado un vacío imposible de llenar. De pronto la vida ha tomado un gris opaco que cae persistentemente como gotas de una lluvia de plomo. Ahora solo te nombro en silencio y declamo “Cuando las palabras desaparecen / Cuando la vida se pierde entre sombras / Entonces tu imagen ya no emerge / Y mis ojos son solo penumbras / Perderte ha sido mi destino / Y a pesar del amor que te he tenido / Me pierdo como agua de río / Porque contigo mi corazón se ha ido”.
En el espacio de la nada te he entregado mis lágrimas, mis sonrisas, mis anhelos y mis ausencias. Y pese a estas ofrendas emocionales, cada día me cuesta más encontrarte en mi frágil memoria que anhela reconstruir con filigrana las finas líneas de tu silueta, la sonoridad de tus carcajadas, la suave firmeza de tus manos o el calor amoroso de tu regazo. De esta sensación de orfandad solo puedo exclamar “De nuevo en mi vida / Triste soledad / Te he dicho que no te quiero / Olvídame por piedad / Deja ya mis auroras / Nunca visites mi ciudad / Piérdete entre sombras / Hazlo por caridad / Pero a pesar de todo / Consérvate virginal / Para buscarte cuando quiera / Mi amada soledad”
Cada día aprendo a vivir sin ti, pero Dios, cuesta demasiado”.
El autor de este corto relato nos entrega una mirada cercana a la tristeza, a las lágrimas que corren por el rostro y al dolor punzante que lacera el corazón. Para hacerlo utiliza paralelamente la poesía y la prosa que devela su interior en un quejido silencioso que busca consuelo. Al leerlo transité de nuevo a través de expresiones manifiestas del alma, que nos hacen humanos, que nos permiten reconocer nuestra condición mortal y ser conscientes de la indefectible temporalidad de este tránsito terrenal.
Esta carta es para alguien en especial… y para todos al mismo tiempo. Es una carta universal. Es la magia de la poesía.
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