Juan Álvaro Montoya


La información es, además de un postulado fundamental, un principio necesario que garantiza el gozo efectivo del derecho a la libertad desde un aspecto más general. La relación simbiótica entre ellos ha permitido que, sobre su coexistencia, se libren batallas sin disparar un arma y se produzcan las transformaciones sociales que en otras épocas no hubiesen sido posibles con millares de cadáveres sobre la arena.
Desde los albores del renacimiento francés, Diderot consideró que “La libre comunicación de pensamientos y opiniones es uno de los derechos más valiosos del hombre; por consiguiente, cualquier ciudadano puede hablar, escribir e imprimir libremente, siempre y cuando responda del abuso de esta libertad en los casos determinados por la Ley”. Esta máxima se convirtió en el precepto inspirador del artículo 20 de la Constitución Política de Colombia mediante el cual “Se garantiza a toda persona la libertad de expresar y difundir su pensamiento y opiniones, la de informar y recibir información veraz e imparcial, y la de fundar medios de comunicación masiva. Estos son libres y tienen responsabilidad social. Se garantiza el derecho a la rectificación en condiciones de equidad. No habrá censura”. Gracias a estos postulados, la libertad de prensa no es tan solo una quimera, en una sociedad libre es un pilar transformador que limita el ejercicio del poder absoluto y fomenta valores democráticos que se afincan en las nuevas generaciones como verdades inmutables.
Pero el ejercicio de este derecho tiene dos aristas importantes. Dado que no vivimos en una tierra de ángeles, ni son querubines quienes lanzan mordaces críticas o arcángeles quienes se despachan en improperios contra las opiniones que expresamos; la libertad de prensa se ha visto atacada por actores que ven en su ejercicio, amenazas reales a las relaciones de poder que mantienen con ciertos grupos sociales. Para el bandido, el tramposo, el corrupto, el asesino, el estafador, el violador, quien compra las elecciones, quien dispone de la cosa pública como si fuese patrimonio propio, una prensa libre y abierta es un enemigo real, material y tangible, que debe limitarse a cualquier costo. Contrarrestar el accionar criminal para asegurar una información libre y sin censura debe hacer parte de la agenda de todos los gobiernos democráticos del mundo.
Pero existe otra cara de la moneda. Con el cúmulo de eventos negativos que nos agobian, es el momento de hacer una reflexión interna en los medios de comunicación que se han empeñado en considerar el amarillismo como las únicas noticias dignas de ser informadas. En la actualidad, brota sangre de las páginas de los principales medios y emergen lágrimas de dolor de los titulares noticiosos. Hemos adoptado una cultura de dolor que nos encierra persistentemente en la tragedia humana para mantener atraída la atención del espectador. En efecto, más de la mitad del contenido informativo nacional tiene que ver con conductas tipificadas como punibles por el código penal y otro tanto incluye aspectos como catástrofes naturales, crisis internacionales o tragedias ambientales.
No se discute la libertad que tienen los medios para difundir información veraz y actual según la línea editorial que cada uno decida. Sin embargo, es el momento de considerar la razón por la cual nuestro apetito noticioso se ha convertido en una escenografía cargada de morbo, dolor, crimen y angustia dejando a un lado historias destacables de jóvenes emprendedores, madres cabeza de hogar que se superan cada día o estudiantes prominentes que hacen de su inventiva una nueva forma de construir país.
Colombia es mucho más que el contenido sensacionalista de algunos medios y es nuestra responsabilidad colectiva destacar el lado amable de la noticia.
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