En política los principios importan. El debate democrático debe girar en torno a construir un programa de gobierno, exponerlo al electorado, debatirlo, nutrirlo con las ideas de los contradictores, pulir las aristas que le son adversas y, finalmente, someterlo a consideración en las urnas. De esta manera, los sufragantes podrán elegir al candidato con el mejor programa, no al más hábil para la defensa de los ataques de los adversarios, al que presente el mejor efecto “teflón” o al que resulta menos vulnerable ante la metralla que se arroja en los debates.
Pero la teoría y la práctica no siempre transitan por el mismo sendero. La construcción de los idearios electorales se erige sobre pilares difíciles de encontrar en el mundo moderno. Ya no se discuten mecanismos de generación de empleo, estrategias de reducción del déficit fiscal, lineamientos de política pública para incentivar las exportaciones ni acuerdos nacionales para conquistar quimeras colectivas que permitan hacer realidad la universalidad en los sistemas de salud, educación o, sencillamente, vivir en paz. Atrás han quedado los ideólogos, quienes infelizmente han sido sustituidos por los estrategas: oscuros personajes de dudosa moral que no piensan en la forma como se puede construir un país sino en las diversas maneras de destruir a sus contradictores. Estos maquiavélicos sujetos son paranoicos por excelencia y sueñan con la infamia, la calumnia, las argucias y las tretas para conseguir con subterfugios lo que no han podido alcanzar con la brillante luz de la verdad. Ven enemigos doquier y susurran al oído del candidato verdades a medias que se convierten en mentiras del tamaño de catedrales. Rasputines del odio, la miseria y la venganza que se alimentan de las lágrimas del enemigo y cosechan despojos del alma de los opositores. A mala hora estos bandidos de la moral ingresaron a la escena política en perjuicio de todo un país que los hace parte del gobierno sin conocer su rostro. Ellos saben que la mentira rinde frutos y que de tanto repetirla, termina por convertirse en verdad.
Esta nueva forma de hacer política se ha sembrado en las campañas modernas. El norte moral que deben fijar los candidatos no debe moverse en función de las encuestas. Por el contrario, la tranquilidad de los electores debe reposar en el hecho de saber que, frente a cualquier eventualidad, su candidato representará lo mejor de la condición humana y dignificará el innoble arte de hacer y sufrir la política.
Sin embargo, las revelaciones de las grabaciones de los últimos días dejan un sin sabor en el paladar sobre la forma como se construyen los programas electorales. La exposición mediática sobre lo acontecido tras bambalinas de una de las campañas debe dejar profundas reflexiones para los demás, sobre yerros que no se deben cometer en la búsqueda del poder. La concordancia entre lo que se dice y lo que se hace debe ser diáfana. El elector debe reconocer que la opción de su preferencia, tanto en público como en privado, representa los valores que pregona. No es posible difundir la política del amor, de los corazones, de la reconciliación y del perdón sobre la base de la destrucción moral de sus adversarios. Esta divergencia implica, de suyo, la pérdida de la confianza en el programa propuesto que creará una brecha difícil de explanar. De resultar electo, la pérdida de la autoridad moral hará imposible la gobernabilidad. La oposición que es el pilar del sistema de pesos y contrapesos que caracteriza las democracias modernas, enrostrará la poca suficiencia ética que tiene una eventual administración marcada por escándalos surgidos en campaña.
Las candidaturas manchadas por estos bochornosos escándalos de destrucción al enemigo, ocultamiento de gastos de campaña en clara violación a los preceptos legales o con pactos secretos con grupos delincuenciales para que estos apoyen con votos a cambio de prebendas ilícitas, no deberían llegar al poder porque, en todo caso, de resultar elegidos, tendrán que gobernar para todos los colombianos, hayan o no votado por ellos, convirtiendo en sufrimiento el cuatrienio que empieza. La decisión la toma usted.
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