Múltiples denominaciones se dan en los hechos económicos. Nos hemos habituado a los términos inflación, devaluación o recesión. Sin embargo, la acepción “Estanflación” empleada por el Banco Mundial como un peligro cierto para Colombia, bien merece hacer una pausa. Este concepto fue acuñado por primera vez en 1965 por Ian McLeod para fusionar en una sola palabra el fenómeno que se suscita cuando en un mismo periodo de tiempo se presenta el estancamiento del modelo productivo y una inflación sostenida. En sus palabras, esto representaba “lo peor de ambos mundos”.
Este nubarrón en el horizonte no se había vislumbrado en nuestro país. Solo una parte se avizoraba dado que durante los últimos meses se han encendido todas las alarmas para frenar la acelerada inflación que destruye la capacidad adquisitiva de los hogares y evapora el dinero de sus bolsillos. Este es un cáncer que se debe extirpar sin demora. Sin embargo, un periodo inflacionario agravado por un estancamiento severo es el equivalente a caer en el cuarto círculo del infierno dado que, mientras el alza constante en los precios de los productos (principalmente los alimentos) suprimen la capacidad adquisitiva de las familias para su sostenimiento básico, el estancamiento económico y el escalamiento en las tasas de desempleo pone menos dinero en las alforjas de los trabajadores, contribuyendo con ello a una escasez generalizada. Este panorama dantesco es muy probable para Colombia. De hecho, Carmen Reinhart, vicepresidenta y economista jefe del Banco Mundial, ha advertido sobre esta latente posibilidad al comparar nuestras elevadas tasas de desempleo con el aumento constante en los precios de los productos, impulsados principalmente por la canasta básica.
Pero diagnosticar el problema solo comprende la primera fase de su solución. Del otro lado de la moneda se requiere adoptar medidas concretas que impulsen un efecto dinamizador en la generación de empleo sin sobrecalentar la economía, es decir, sin caer en fenómenos inflacionarios. Este es el punto en el cual el gobierno nacional ha fallado de manera estrepitosa.
En primer lugar el desempleo. De acuerdo con los registros publicados por el Ministerio del Trabajo en la plataforma Filco (Fuente de Información Laboral de Colombia), para el año 2019 el país contaba con 2.6 millones de personas cesantes en edad y condición productiva. Este número se incrementó a 3.7 millones en 2020 y descendió levemente a 3.3 millones en 2021. Esto significa que desde que el gobierno asumió las riendas del país, no ha sido capaz de crear un solo puesto de trabajo y por el contrario, ha destruido 700 mil puestos que la economía necesita.
En segundo el aumento de precios. Una escalada sostenida de precios que no se compensa con un incremento proporcional en la producción económica genera una inflación que asfixia los hogares. El incremento en los precios de los alimentos que en solo tres meses ha acumulado una variación anual de 25,37% golpea el corazón del colombiano. Este fenómeno se ve agravado con la paquidérmica actitud del ejecutivo que mientras toma nota de los males que nos golpean, observa impasible e inmutable un ascenso en los precios sin adoptar medidas de choque que eviten este deterioro económico.
En su defensa la administración central podrá argumentar que estas dificultades obedecen a la pandemia, a la crisis de los contenedores, al aumento del precio del petróleo, a la guerra en Ucrania o a las naves espaciales. Tal vez algo de razón puedan tener en todo ello pues siempre habrá a quien endilgarle la culpa de los errores propios. Pero la pasividad demostrada enerva la sangre y demuestra que durante su periodo final, el gobierno nacional parece haberse convertido en jefe de campaña de la izquierda radical para entregar el país de la peor forma posible al próximo gobierno. La amenaza de Estanflación es real y está en el ejecutivo actual adoptar las medidas para evitar que sus efectos se conviertan en un largo periodo de pobreza.
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