Un gran amigo mío, que trabajó para una entidad pública hace algún tiempo, me relataba la extrema presión que vivió durante los últimos meses de ese año en la ejecución presupuestal de aquella entidad. Los paros que experimentó el país durante los primeros meses habían detenido el flujo normal del trabajo y faltando unos pocos días para que culminara el calendario fiscal, el porcentaje de avance era muy pobre.
La falla no era de la entidad, ni de los funcionarios, ni de equivocaciones en los procesos de planeación que se habían surtido para la respectiva apropiación presupuestal de la vigencia fiscal. Las vicisitudes que agobian la realidad nacional habían modificado por completo las prioridades de inversión y las perspectivas sobre las cuales se habían configurado el “Plan Anual de Adquisiciones” y el “Plan de Acción”. La protesta social, los paros, los bloqueos, los saqueos, la inclemencia del invierno, los crecientes problemas de orden público, los desplazamientos masivos, la escalada del dólar, la crisis de los contenedores y desde luego el rebrote en la pandemia de Covid, eran contingencias imposibles de prever al momento de planificar el presupuesto, por lo cual un componente de la respuesta oficial consistía en el ajuste a dichos planes, básicos en la gerencia pública, de manera que se articulara la respuesta oficial de acuerdo al presupuesto disponible.
Con todo, el ajuste no fue sencillo. Cada nuevo programa o proyecto que se pretendía incluir para atender las necesidades sociales no previstas conllevaba la modificación de los ya existentes, de manera que el Plan Anual de Adquisiciones se convirtió en una colcha de retazos. A partir de allí todo fue una pesadilla pues entre concertaciones, diálogos, espacios públicos, audiencias, fallos judiciales y procesos administrativos que permitieran incluir estos ajustes en los rubros oficiales, fenecieron los días. Llegó diciembre con una baja incidencia en el flujo del Plan Anualizado Mensualizado de Caja (PAC), el cual puede definirse como el documento mediante el cual se aprueba el monto mensual disponible para cada entidad. En otras palabras, tenían que gastar, a toda marcha, el dinero apropiado para no ser “castigado” por el Ministerio de Hacienda para el periodo siguiente. Esto se conoce como “principio de anualidad presupuestal”, según el cual todos los recursos destinados deben gastarse dentro del año respectivo. Mi amigo no soportó y renunció. La entidad a toda prisa le aceptó la renuncia para designar un funcionario menos estricto porque lo importante era “mover el PAC”.
Esta breve anécdota refleja una cruda realidad en materia fiscal nacional. El principio de anualidad presupuestal fue establecido como pilar dentro de la estructura del Decreto 111 de 1996 que definió el “Estatuto Orgánico del Presupuesto”. Su propósito es organizador y busca, ante todo, que con cargo a los recursos públicos no aparezcan cada año, como si fuese un espectáculo de magia, cuentas antiguas que desangren a la entidad. La necesidad del principio no se discute. Sin embargo la rigurosidad de su aplicación si ha propiciado situaciones atípicas como la descrita, en la cual los eventos fortuitos que acontecen en cada periodo fiscal requieren de un trabajo de planeación serio y dedicado que puede – excepcionalmente – dar lugar a que la ejecución presupuestal se extienda al periodo siguiente, sin que ello conlleve el acostumbrado “castigo” para la entidad pública ni ponga en riesgo la situación disciplinaria de los funcionarios que les tiembla la mano cuando deben constituir una “reserva presupuestal”.
La interpretación y aplicación de este principio debe flexibilizarse y dar espacio para que la administración pública adecúe sus proyectos a los eventos fortuitos que no son escasos en un contexto como el colombiano, y organice sus gastos sin tanta premura cuando existen fundadas circunstancias que impiden ejecutar el recurso dentro del año fiscal, y sin que ello implique el temor que recae sobre los funcionarios honestos que deben firmar una reserva presupuestal. Tal vez con ello evitemos oír expresiones dantescas como la del título de esta columna: “El PAC doctor, hay que mover el PAC”
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