Bebemos petróleo. De manera voraz nuestra sociedad consume el oro negro como si nunca se fuese a agotar. Su peso en la economía global es indiscutible y los beneficios que brinda son innegables. Todo cuanto nos rodea está impregnado de esta oscura brea: desde los materiales que integran el frío teclado sobre el que se escriben estas líneas, hasta el tinte luminoso de las prendas de vestir que cubren los cuerpos desnudos, pasando por la imparable producción de plásticos, fertilizantes agrícolas, industria farmacéutica, detergentes, colorantes o el frenético gasto de gasolina que demanda el transporte moderno. Sin temor a equivocarnos, podemos sostener que el petróleo es el segundo recurso natural de mayor consumo a nivel mundial, solo superado por el agua.
El salto industrial y tecnológico que ha experimentado la humanidad durante el último siglo se dio a la par que se amplió la base productora de crudo. Este líquido, que inicialmente se empleaba como combustible para las lámparas de mecha, en la actualidad es la materia prima de miles de productos que sustentan la economía moderna y la calidad de vida de nuestra civilización. Gracias a él, ya no es necesario remontar la cordillera sobre una terca mula ni tomar un buque impulsado por calderas de carbón para cruzar el atlántico, ni extraer la pintura de cientos de plantas que eran cortadas para unos pocos centímetros de pigmento. En lo económico no es diferente. La industria extractivista genera millones de empleos bien pagos a nivel mundial que impulsan la economía de todas las naciones productoras siendo, por mucho, la principal fuente de ingresos de la mayoría de ellas. El clímax en el desarrollo que ahora gozamos está sustentado sobre pozos que se extraen del subsuelo sin cesar.
Pero no todo es gozo. Hemos fincado nuestro futuro sobre un recurso finito y no tardaremos en llorar lágrimas de sangre por ello. Mientras el apetito por el petróleo de nuestra civilización parece insaciable, la dependencia del planeta a este hidrocarburo se convertirá en la espada de Damocles que anticipa días oscuros.
Cuánto mas consistente sea el consumo de petróleo, mas daño se produce en el ambiente. La quema de combustibles fósiles representa el mayor generador de los gases causantes del efecto invernadero, responsable del calentamiento global. Este mes Europa registró las mayores temperaturas de su historia con termómetros que marcaron hasta 44° y se espera que esta se convierta en la constante para los próximos años. Este es un fenómeno global que requiere estrategias integrales para hacerle frente. En efecto, el Acuerdo de Paris contempló la necesidad de alcanzar clima neutro para mediados de siglo implicando la obligación para los Estados de incorporar sistemas integrales de asimilación, proporcionales a la contaminación generada, evitando que el clima promedio de la tierra aumente mas de 2°.
Las medidas para evitar que nuestro planeta se convierta en un horno insufrible para las próximas generaciones deben adoptarse con responsabilidad para no ocasionar una crisis social y humanitaria sin precedentes. Si bien existe consenso sobre la necesidad de regular y, en la medida de lo posible, limitar la industria extractivista, no se trata de suspender por completo la exploración y explotación de hidrocarburos, de los cuales, además de la gasolina, se obtienen enormes cantidades de insumos químicos para la agricultura, ganadería o industria farmacéutica, los cuales desaparecerían si estas posturas fuesen acogidas.
Cualquier estrategia debe considerar a los principales consumidores de petróleo a nivel mundial. Estos “queman” 100 millones de barriles (mdb) por día, liderados por los Estados Unidos (22.4 mdb), China (17.3 mdb), Japón (5.5 mdb), India (4.2 mdb) y Rusia (3.8 mdb). Colombia ocupa la posición 45 a nivel global con 287 mil barriles por día, muy por debajo de las naciones verdaderamente responsables del cambio climático.
¿Y seguimos culpando la incipiente industria petrolera criolla del calentamiento global?
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