José Miguel Alzate

A uno como lector le causa sorpresa el descubrimiento de un buen novelista. Y más si este es caldense. Eso me ha pasado con Germán Ocampo Correa, un escritor nacido en el Municipio de Risaralda que a su profesión como educador le sumó la pasión por la literatura. Fruto de esa entrega a la palabra son sus libros Antología de las horas muertas (1983), Conjuros para ahuyentar la soledad (1993) y Canción elemental del caminante (2013), en poesía. En cuento ha publicado Señales de humo en la luna (2004) y El vuelo del escarabajo (2017), Su primera incursión en la novela fue en el año 2001 con Siguiendo las huellas del maestro. Pero su destreza narrativa la alcanzó con Pacho Trukos, de reciente publicación. Esta es una novela donde se descubre a un narrador con mucho talento literario.
Me adentré en la lectura de Pacho Trukos con algo de escepticismo. Empecé a leerla atendiendo el consejo que una vez me diera el maestro Adel López Gómez: “Debes leer a los autores de la región. Y si encuentras calidad literaria, estimularlos”. Nunca pensé que en estas 254 páginas me fuera a encontrar a un excelente narrador. La sorpresa fue grande cuando comencé a descubrir la magia de su lenguaje. En la frase inicial del párrafo de entrada: “Casi no había dormido esa noche. Tuvo dos o tres momentos fugaces en los que pareció acudir el sueño, pero siempre se despertaba sobresaltado. Dio muchas vueltas en la cama intentando inútilmente conciliarlo”, se advierte fuerza narrativa. Al descubrir, después, el buen retrato que logra del personaje principal, la sorpresa fue grande.
Francisco Eladio Ortiz es el nombre de pila del personaje central de la novela. Pero en Risaralda todos lo conocieron como Pacho Trukos. Es nieto de una señora que lavaba ropa ajena. Su madre, Blanca Aurora, se dedicó a este oficio después de que la mamá la echara de la casa por haber quedado en embarazo. Lo grave es que el embarazo fue fruto de una violación. El violador fue su propio tío, que se aprovechó de ella un día en que fue a entregarle la ropa que la hermana le había arreglado.
Pacho Trukos narra la vida de un hombre que quería convertirse en mago. Lo logra cuando a Risaralda llega un circo. Allí obtiene empleo como ayudante del domador de animales. Un día le propone al mago que le enseñe cómo se hace magia. El hombre accede, pero aprovecha para abusar sexualmente de él. El hijo de la lavandera aprende ese arte. Y se convierte en una persona buscada por quienes disfrutan de sus trucos. Adquiere el don de la ubicuidad. Aunque es homosexual, tiene carácter. Tanto, que enfrenta con valor las amenazas del jefe de una banda de sicarios que en la época de la violencia política asoló al municipio.
Germán Ocampo Correa no se queda en el relato de lo que le sucede a Francisco Eladio Ortiz. En la novela muestra cómo llegaron a Risaralda los primeros pobladores, y cómo en la época de la esclavitud Etelberto Ortiz, el bisabuelo de Pacho Trukos, compró “por una carga de maíz y dos bultos de fríjol” a María Dolores Guapacha, una india Chamí que se convertiría en su mujer cuando apenas había cumplido los quince años. Etelvina, una hija, se casó con un hombre cuarenta y cinco años mayor que ella. Fue la abuela del mago. El hombre con quien se casó, un primo de nombre Anacleto Ortiz, mujeriego y de buena presencia, la abandonó a su suerte. Mujer trabajadora, levantó a sus cuatro hijos lavando roja ajena. Nunca se enteró de que a su hija la violó su hermano Gilberto.
En Pacho Trukos se recrea la forma como, para acabar con un “antro de perdición” que había en Risaralda, el padre Juan de Jesús Herrera construye un monumento a la Virgen María. Cuando los hombres se confesaban, según la gravedad del pecado era la penitencia. A quienes se acusaban de haber visitado el burdel les imponía llevarle al sitio donde se iba a levantar la Gruta a la Virgen cinco bultos de cemento, cincuenta ladrillos o tres bultos de arena. El responsable de recibir estos materiales era don Anselmo Sánchez. Como le tocaba sellar un recibo que debían entregarle al sacerdote para demostrar que habían cumplido la penitencia, le pusieron como sobrenombre “Don sello”. Germán Ocampo Correa escribió una novela que seduce al lector por su fuerza narrativa y su fino erotismo.
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