José Jaramillo


Un conferencista planteaba la forma de tomar decisiones en la vida, frente a situaciones personales, laborales, sociales, políticas u otras. Y proponía, para estudiar el caso, trazar una línea por la mitad de una hoja de papel, poner a cada lado los pros y los contras y hacer el balance, como en los libros de contabilidad. El resultado indicaba la decisión que debía tomarse, de aceptación o rechazo, para acertar. La estrategia parte del principio de que nada es perfecto pero sí puede ser más o menos conveniente.
Esa fórmula sirve para calificar a los gobernantes, que la impaciencia de la opinión pública exalta o descalifica a pocos días de haber iniciado gestiones, sin darles tiempo a sentarse en la silla, armar su equipo de trabajo, trazar estrategias y comenzar labores. De los mandatarios que se inician en el cargo, son más los electores que piensan que la embarraron eligiéndolos, que los que les dan un compás de espera. Los medios señalan 100 días y destacan los resultados de encuestas callejeras o telefónicas, según las respuestas que les dan a los periodistas unos ciudadanos que no están seguros de lo que dicen pero contestan. De acuerdo con la máxima según la cual “la voz del pueblo es la voz de Dios”, la mayoría tiene la razón. Alguien se burlaba de esa arbitraria diciendo que la mejor comida es el pasto, porque 500 mil vacas no pueden estar equivocadas.
Así las cosas, puede decirse que la democracia es una frustración, porque los electores no dan espera y los elegidos son incapaces de cumplir lo que prometieron. Además, el imperio de los medios somete a ambos, electores y elegidos, a la implacable calificación de las encuestas, para las que terminan trabajando los gobernantes, de espaldas a los más urgentes problemas que deben resolver; o a las obras que deben ejecutar. Pocos toman la decisión sabia de gobernar para las futuras generaciones, más que para las encuestas o para las próximas elecciones, para ayudarles a sus patrocinadores o para preparar un nuevo salto en sus aspiraciones políticas.
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(…) yo fui el arquitecto de mi propio destino. (…) si gusté la hiel o la miel de las cosas fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas. Cuando planté rosales, coseché siempre rosas”, dijo el poeta Amado Nervo, quien cumplió con la misión de dejar mensajes sabios, que fueran útiles y se entendieran. Quienes viven el eterno ay-ay-ay de sus dificultades, recorren interminables distancias con la mochila al hombro, huyendo de sus problemas o achacándoselos a otros. Negativismo, irritabilidad, neurastenia, impaciencia, alcoholismo, drogadicción, egoísmo, desamor, rechazo…, van pegados al cuerpo e incrustados en el alma, mientras el sujeto dice: “Esto aquí no funciona; me voy”. Y se va, huyendo de sí mismo.
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