José Jaramillo


La Primera Ministra de Noruega, Erna Solberg, para estudiar las medidas más convenientes contra el coronavirus, convocó a una reunión en la que sólo participaran niños. Seguramente considera la mandataria que los infantes, cuando se les tiene en cuenta, asumen responsabilidades con seriedad. Y les exigen a los mayores que respeten las normas que van en beneficio de todos. Ellos, los niños, son los mejores abogados que tienen la Naturaleza, los desamparados y la paz, desde que se decidió no mentirles y enseñarles la vida como es, sin eufemismos ni metáforas insulsas, como mostrarles el fenómeno de la procreación humana sin mencionar las relaciones sexuales de las parejas. La infancia actual tiene información suficiente para reflexionar y discernir, lo que hacen los párvulos a partir de que pueden expresarse. Los niños de ahora parecen dotados de condiciones especiales, además de que les llega información por medios tan abundantes como diversos, que ellos asimilan como recoge humedad una esponja. Y en tratándose de normas sociales y de respeto a los bienes de la comunidad, como el medio ambiente, la fauna y la flora, no sólo se desempeñan mejor, sino que les exigen a padres, maestros y tutores que hagan lo mismo, utilizando argumentos contundentes. La costumbre desueta de imponerles a los niños que no intervengan en las conversaciones de los mayores y se alejen de sus reuniones y tertulias, es en la actualidad una práctica discriminatoria, aplicada por gente ignorante, prepotente o pasada de moda. Lo razonable es que, cuando el muchachito pida la palabra, concite la atención de los mayores, y las explicaciones que reclame sean resueltas con claridad, sin evasivas mimosas que se van por las ramas porque los mayores suponen que el niño no está en capacidad de entender las cosas tal como son. Error. A veces saben más y entienden mejor. Si alguien no acepta esta afirmación, haga el ensayo de hacerle creer a un infante de cuatro años que al hermanito anunciado lo va a traer una cigüeña de Paris. Lo más seguro es que responderá que las cigüeñas son de corto vuelo, incapaces de cubrir largas distancias; y mucho menos de cruzar el océano Atlántico; y tampoco va a aceptar la idea de que los padres se acuestan a rezar el rosario para pedirle a la Virgen que les traiga otro bebé, para que juegue con el hermanito.
Orientar los destinos de la humanidad por los varones adultos ha sido una experiencia calamitosa, porque han primado medidas lejanas del interés común; y las mujeres han asimilado todos los vicios y perversidades de los hombres. Quedan los niños para corregir el despelote, como lo intuye la mandataria noruega, al menos como consejeros.
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