José Jaramillo


A lo largo de la historia ha habido diferencias sociales y económicas, que confluyen en el poder y la riqueza, porque la condición humana tiene características y condiciones distintas entre los individuos, dos de las cuales son el mesianismo o vocación y condiciones para la conducción de comunidades; y el olfato para la gestión exitosa de producir dinero. Así se configuran los liderazgos y las fortunas personales. Tales diferencias emanan de la condición humana de racionalidad, contraria al instinto de los animales. Entre éstos no hay lucha de clases, porque los liderazgos son connaturales e inalterables. En las colmenas, por ejemplo, la reina nace reina, y las obreras y los zánganos igual, sin que estos dos últimos tengan aspiraciones de poder, ni tampoco estén resignados a su suerte, porque cumplen su papel sin análisis ni comparaciones y menos con ambiciones individuales. En los humanos, sujetos que nacen sumisos, pobres, inclusive esclavos, miran con aspiraciones hacia arriba, con ansias de superación, unos; con envidia, otros; o con resentimiento, no pocos. Los primeros, son admirables; los segundos, inspiran lástima; y los últimos pueden ser peligrosos, si logran sus objetivos con ánimo revanchista.
El ejercicio del poder exige condiciones especiales para quienes conducen a las comunidades, señalan sus destinos y procuran su superación, como ser sabios y altruistas. Ejemplos de la historia antigua fueron Moisés, Pericles, Jesús de Nazaret, Mahoma… Más recientemente, Gandhi, Nasser, Franklin D. Roosevelt, Alberto Lleras Camargo, Nelson Mandela… Una realidad distinta, no lejana en el tiempo, inclusive vigente, muestra que a muchos líderes destacados sólo los inspiraron, y los inspiran, sentimientos bajos, perversos, como el egoísmo, la crueldad, el hedonismo, la avaricia… Con el agravante de que una mala gestión de gobiernos arribistas ocasionales puede borrar de un plumazo lo bueno que hayan hecho sus antecesores. Recuperar un desastre institucional puede dilatarse por años, con costos sociales y económicos incalculables.
En lo que a la riqueza se refiere, el ideal es el equilibrio económico, que se sustenta en una clase media amplia, significativa; en cubrir razonablemente las necesidades de los individuos más débiles, cuyos principales soportes para ser superados deben ser la educación y el empleo; y en el aporte generoso del gran capital, a través de la tributación y de la gestión mancomunada entre el Estado y los empresarios, para desarrollar proyectos de alto costo con tecnología, crédito blando y a largo plazo y asistencia profesional y administrativa, con objetivos de largo alcance en explotación de recursos naturales con valor agregado mediante el procesamiento industrial; productividad, a través de un equilibrado costo-beneficio; educación superior de amplio acceso y alta calidad académica, exenta de títulos superfluos o engañosos; salud eficaz de total cubrimiento, a costos accesibles, sin objetivos políticos ni especulación financiera.
Los individuos ricos y las empresas económicamente fuertes lo son porque saben producir, invertir y administrar, condiciones que no posee cualquiera. Su gestión, con un razonable control estatal, construye sociedades prósperas. El comunismo del siglo XX, que fracasó rotundamente; y el socialismo del siglo XXI, que rueda por el mismo despeñadero populista, son una utopía engañosa.
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