José Jaramillo


Después de la agotadora campaña presidencial, de cuyos pormenores es mejor no acordarse para dar tiempo a que se desintoxiquen la mente y el sistema nervioso, y prepararse para la que viene, de mandatarios locales y regionales, que promete ser más estresante que la que acaba de pasar, ha caído como un bálsamo el mundial de fútbol. Da gusto ver a la gente pegada del televisor, sufriendo o celebrando los resultados de los partidos, sin rabia ni angustia, porque surgen simpatías ocasionales por tal o cual equipo, pero nadie es radicalmente hincha de ninguno. Salvo, claro, la Selección Colombia, de “cuyas entrañas somos pedazos”, que produce antes, durante y después de los partidos que juega una solidaridad total, un amor patrio incondicional, una admiración casi irracional y una “profunda emoción patriótica de colombiano”, como solía decir el presidente Valencia (1962-1966). Antes de los partidos, todas las expectativas son optimistas y las cábalas van más allá de la lógica; durante el juego, la bilirrubina se eleva a niveles peligrosos y las uñas de los dedos de las manos terminan como cortadas con sierra; y después, si el equipo gana, el técnico y los jugadores son elevados a las esferas celestiales; y, si pierde, primero vienen las críticas a los jugadores que hicieron mal las cosas, botaron los cobros de tiros libres o regalaron la pelota en el área; al técnico, por no haber puesto como titular a tal o cual jugador, o por los cambios que hizo. Y, después, un manto de perdón los cubre a todos y el optimismo reaparece como por ensalmo, con miras al próximo partido.
Ahora se sufre por las clasificaciones a octavos, cuartos, semifinal y final, hasta donde los 50 millones de colombianos esperan que llegue la selección nacional, incluidos militantes de todos los partidos, guerrilleros de distintas denominaciones, delincuentes de variadas actividades… en fin, todo el mundo. Para el caso no hay discrepancias. Todos hacen fuerza para el mismo lado. Por el momento, ya clasificó la Selección Colombia para octavos de final, que es como la parte plana del recorrido. De ahí en adelante son “repechos” cada vez más duros, porque los equipos que llegan a esas instancias son los mejores, salvo, claro, los imprevistos, esos que ascienden a base de chepazos, y desbaratan todos los pronósticos.
Vistas las cosas desde otro lado, es admirable la calidad de las transmisiones de los partidos, tanto de la televisión como de la radio, y hay algo que sorprende gratamente: el profesionalismo y el profundo conocimiento del tema que tienen los periodistas deportivos colombianos, su capacidad para retener nombres en los más insólitos idiomas y la euforia para animar a los jugadores (dele de ahí, Cuadradito, mijo) y cantar sus goles. “¡Oh júbilo inmortal…!”.
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