El simplismo de las propuestas emocionales suele plantear soluciones a grandes problemas derogando leyes o decretos, cambiando funcionarios o el nombre de las instituciones, haciendo plantones o promoviendo paros, que es como buscar la calentura en las sábanas o el ahogado río arriba. Ante las quejas de los afectados, aparecen como providenciales unos personajes cuyo único propósito es sacar provecho económico o político de las crisis, ofreciéndose como redentores, para cambiar las cosas que funcionan mal por otras que tampoco van a funcionar bien. Pero la gente, sumergida en la angustia, les cree, porque vive de la esperanza.
Los caos son de variada índole y siempre se refieren a problemas de las clases sociales más vulnerables, que buscan ser atendidas con métodos que los pillos están atentos para apropiárselos, cuando hay plata de por medio, buena parte de la cual se escurre hacia los bolsillos de los vivos, en deterioro de la solución de los males que se pretenden remediar.
Hay ejemplos tan sensibles, que laceran los espíritus, como el aprovechamiento criminal de los recursos para la alimentación y el transporte de los escolares; la esclavización relativa de los servidores públicos más modestos; el infame gota-gota; la falta de vías que acerquen a los campesinos a los centros de producción y consumo, por la inepcia de los funcionarios regionales o el robo descarado de los recursos; y la perversión de la salud, un bien sagrado que se volvió botín de piratas, encarnados en políticos y sus testaferros, que han hecho un festín de las cotizaciones de patronos y trabajadores, cuyo volumen sería más que suficiente para prestar un excelente servicio y fortalecer la red hospitalaria, pública y privada, pero se enquistó en un sistema desastroso.
Algunos creen que la solución es revocar la Ley 100 y hacer otra. Pero no hay razón para el optimismo, porque con la otra va a pasar lo mismo, mientras haya bandidos merodeando por las arcas del sistema de salud. Aquí hay que advertir que existe un sistema asegurador profesional y técnicamente estructurado, de larga experiencia, llamado a manejar los recursos financieros de la salud, pero a éste se le atravesó la competencia de los aparecidos, detrás de los cuales está la figura siniestra de politiqueros y mafiosos.
“Las cosas se arreglan donde se dañaron”, dice la sabiduría popular. Es decir, que el remedio no es modificar leyes o promulgar unas nuevas. La salud se convirtió en un crematorio de ministros y superintendentes, que han barajado fórmulas de solución para atender adecuadamente a los colombianos; recuperar la dignidad de los profesionales del ramo, pisoteada por el sistema financiero; y pagarles a tiempo los servicios a clínicas y hospitales, pero se encontraron con un muro impenetrable: la corrupción. ¿Y usted qué propone?, preguntará alguien. Y no queda más que acudir a Rigoberto Urán para contestar: “Yo qué voy a saber, …”.
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