En esta columna ha sido recurrente la idea de que el mal más grande que ha caído sobre Colombia, y el mundo en general, son los negocios ilegales (contrabando, narcotráfico, corrupción, etcétera.) El asunto tiene que ver con la idea que se impuso desde los Estados y el sistema financiero de que el siglo XX era el de la economía. El consumismo se disparó con la dinámica industrialización, de la mano con la innovación. Las modas se extendieron a diversos aspectos sociales, como vestuario, transporte personal, maquillaje, vivienda, medios de comunicación y muchos ítems más, por superfluos no menos influyentes. La música, el baile, el deporte, el lenguaje, los modales…fueron permeados por el esnobismo e impuestos por los agresivos medios de comunicación y la publicidad, esta última tan creativa como distractora y agresiva; y con frecuencia engañosa. El fenómeno se entiende si se acepta la premisa de Heráclito según la cual “todo cambia, todo se transforma”. Asunto que aceleran la creatividad, la ciencia y la tecnología, para que las comunidades vivan entre el asombro y el antojo, esclavas de la novelería.
Lo anterior ha sido una constante a través de los siglos, que simplemente se ha disparado, en la medida que se cumple la acción multiplicadora del “pensamiento complejo” del filósofo Édgar Morin. Pero, al lado de las frivolidades, otros asuntos, esos sí trascendentales, se han afectado por la influencia perversa del dinero fácil y abundante, como los principios y valores morales, para imponer conductas criminales. En Colombia, el narcotráfico se incrustó en la sociedad a través de carteles y capos que trastornaron la economía, influyeron en la política y pervirtieron la juventud. Así se estigmatizaron los colombianos a los ojos de la comunidad internacional, al punto de tornarse en una gran incomodidad viajar al exterior. Lo que no es más que una visión hipócrita de quienes estimulan el narcotráfico como consumidores de drogas sicoactivas.
Una acertada campaña internacional de sucesivos gobiernos colombianos, y las denuncias presentadas ante foros mundiales, promulgadas por los medios de comunicación, ha suavizado tal estigma. Además, destacados deportistas, cantantes, artistas de variadas disciplinas y diplomáticos de acertado desempeño se han encargado de mostrar la cara positiva del país. El acuerdo al que se llegó con la guerrilla más antigua del mundo, para que se desmovilizara, entregara las armas y se integraran sus militantes a la civilidad, fue noticia mundial y mereció amplio reconocimiento y apoyo de la comunidad, a través de gobiernos y organizaciones internacionales de gran influencia.
Lo último es que el gestor de paz, expresidente Santos (2010-2018), hace parte de una fundación creada por el líder surafricano y paradigma de humanismos universal, Nelson Mandela, cuya misión es intervenir en conflictos entre naciones para tender puentes hacia la reconciliación. Once son los miembros de esa organización filantrópica, entre ellos el estadista colombiano y el exsecretario general de la ONU Ban Ki-moon, quienes aportan sus saberes, autoridad moral y experiencia, para buscar acercamientos entre Rusia y Ucrania, que pongan fin al absurdo y devastador conflicto entre esas dos naciones, provocado por el delirio imperial del presidente Putin, de Rusia.
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