José Jaramillo

“La gratitud es la memoria del corazón”, dijo alguien. Pero si la gente no sabe a quién agradecerle, porque los medios destacan a bandidos y a vedettes más que a intelectuales, científicos, líderes cívicos y filántropos, estos son relegados al baúl de los trebejos inservibles. Hubo un sacerdote católico de perfiles sobresalientes, el padre Antonio José Valencia Murillo, que ejerció su apostolado en varias poblaciones del Viejo Caldas. La actividad del padre Valencia iba más allá de su misión religiosa. Era un motor de progreso, para mejorar las condiciones de vida de sus feligreses; y un fanático del deporte. La gente le creía y apoyaba todas sus iniciativas, porque confiaba en él. Si el padre Valencia decía que hacía falta una volqueta, o un bulldozer, para hacer una vía nueva o mejorar las existentes, la comunidad hacía vaca y se los daba. Lo que pidiera lo tenía al instante. En Pereira se echó al hombro la obra de la Villa Olímpica y la sacó adelante, así tuviera que implantar una nueva modalidad de penitencias, como ladrillos o bultos de cemento, en vez de rosarios y padrenuestros. Y apoyó a ciclistas pereiranos hasta sacar campeón de la vuelta a Colombia a Rubén Darío “El Tigrillo” Gómez. Largo sería enumerar sus méritos, de los que varios historiadores se han ocupado. Pues, según el escritor Alfredo Cardona Tobón, en su libro “Crónicas de Opirama” (Pag. 46), la estatua que en su momento le erigieron los pereiranos agradecidos, ubicada en el estadio de la Villa Olímpica, fue retirada, quién sabe por orden de quién. Y nadie dijo nada.
Y en Manizales, al parque Rafael Arango Villegas, ubicado en la Avenida Santander, frente al Hospital Infantil, cuando murió doña Luz Marina Zuluaga, la primera Miss Universo colombiana, y eterna reina, le cambiaron el nombre por Parque de la Mujer, como si no hubiera otro lugar para homenajear a Luz Marina. Rafael Arango Villegas fue un narrador de exquisita prosa, matizada con humor fino y con referencias a hechos y personajes de Colombia y del mundo, gracias a una bien cultivada cultura ecuménica. Columnista habitual del diario LA PATRIA y colaborador de otras publicaciones del país, rescató el lenguaje popular en crónicas de insuperable calidad literaria y dejó una única novela, “Asistencia y Camas”, que en su momento trascendió los linderos comarcales y mereció elogiosos reconocimientos de destacados críticos de las letras, como Miguel de Unamuno, Baldomero Sanín Cano, Guillermo Valencia, Eduardo Caballero Calderón y Tomás Carrasquilla, entre muchos; y fue llevada al cine y a las tablas. Ahora pocos saben de él y de su obra. Y se quedó sin el merecido homenaje a su memoria, porque los burócratas preguntan: ¿Y ese quién fue?
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