José Jaramillo


Creer en algo para fortalecer el espíritu permite que los seres humanos se sostengan, no desesperen ante las adversidades y no pierdan la esperanza de que se solucionen. “La esperanza es lo último que se pierde”, se dice para mantener el aguante; y es la consigna que las personas allegadas les repiten a quienes sufren por cualquier causa, cuando los ven al borde de la desesperación; es decir, de sacar la mano o tirar la toalla. Ese recurso (el de fortalecer el espíritu) ha sido la materia prima de las religiones, desde cuando el hombre se apegó a los fenómenos naturales inexplicables (el sol, la luna, la lluvia, el viento y demás) y los deificó para pegarse de ellos y buscar solución a sus angustias, carencias y debilidades.
Y, con el paso del tiempo, esas expectativas encontraron quien se adueñara de ellas para darles forma institucional y aparecieron las religiones con sus dioses, cuya diversidad entró en competencia después de que cayeron muchas barreras culturales y geográficas y se conocieron entre ellas, cada una con el argumento de que era la verdadera. La cosa terminó mal, porque el hombre suele pasar del dicho al hecho y en el caso de las religiones se pasó de la predicación y de los libros sagrados a la lucha armada, especialmente cuando las creencias se amangualaron con el poder político. Y entonces los poderosos, aliados con los jerarcas religiosos, usaron al creyente primario (los humildes, pobres e ignorantes) para competir en las guerras religiosas, innumerables en la historia y aún vigentes, en una constante de absurdos que no parece terminar, por avanzada que esté la humanidad en el desarrollo del pensamiento, la ciencia y la tecnología.
Obsérvese que los no creyentes, ateos, agnósticos y escépticos suelen ser exitosos en cosas terrenales, como la riqueza, el poder, el arte y la ciencia, entre otras, tal vez porque no tienen limitaciones distintas de las que señalen las leyes humanas a las que deben someterse. Además de que las doctrinas religiosas suelen destacar como virtudes indispensables la pobreza y la humildad, para alcanzar la gloria eterna, señuelo con el que mantienen la fidelidad de los creyentes.
Sin embargo, como “el vivo vive del bobo”, algunos avisados se han dado cuenta de que la fe no solo mueve montañas sino que también tiene mucho medio circulante, que desde pequeñas sumas acumuladas hace volúmenes importantes y se han dedicado a salvar almas con entable propio, para lo cual basta con tomar un señuelo como bandera (el más recurrente en nuestro medio es Jesucristo), alquilar un local (iglesias de garaje), mientras se adquiere sede propia; refinar el pastor un buen discurso relacionado con las escrituras, hacer una intensa labor de reclutamiento de feligreses, promover sanaciones y milagros (para lo cual son muy útiles los “payasos” bien remunerados), atraer donaciones de personas débiles de carácter y voluntad, o con remordimientos muy profundos, y promover la idea de que “la fe os salvará”, que los creyentes invocan en las calamidades públicas clamando: “Jesús mío, favorecednos”, hasta que alguien les grita: Aténganse a eso y no corran.
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