Envejecer es un asunto personal. Nadie envejece por otro. Al fenómeno, del que no se escapan sino los muertos prematuros, le aparecen especialistas, estudiosos y consejeros, cada uno con su vademécum de análisis, fórmulas y recomendaciones, provenientes, las más de las veces, de estudiosos que en esa materia (la vejez) es imposible que tengan experiencia. El volumen Convergencia de saberes*, publicación conmemorativa de la edición número 200 de la Revista Aleph, incluye un ensayo del médico, escritor y académico Orlando Mejía Rivera titulado Luigi Cornaro y el arte de envejecer sano, interesante, ameno y asimilable, como todo lo del destacado intelectual. Mejía Rivera, no obstante sus elevados conocimientos, consigue que el lector lego entienda y aprecie los contenidos de sus publicaciones; y los aproveche, porque, además de versátiles y de fácil lectura, tienen mucha enjundia. Por lo regular, cuando se habla de experiencias se alude a la ancianidad, cuyos efectos depredadores se atenúan cuando se aprende a manejar la vejez con mesura, sin competir con los jóvenes ni dar consejos no pedidos, invocando una sabiduría que no existe o está atrasada. Por los tiempos que corren, los saberes de los viejos son “manuales”, mientras que los de los jóvenes son “virtuales”. Una forma de ser viejo y feliz es valorando lo positivo que se tiene, disimulando lo negativo, (que es inexorable), usando con moderación las energías, atendiendo las indicaciones del organismo, que es sabio y avisa oportunamente; copando los ocios con lecturas u otras distracciones que mantengan alerta la mente, ayudando en lo que se pueda a los demás, sin pasar “factura”; aplaudir más que criticar (“Al amor le viene bien un poco de exageración”, dijo Antonio Machado) y algo muy saludable: no meterse en la ropa de los demás.
Como de una bolsa de sorpresas buenas, reconfortantes, salen del ensayo del doctor Mejía Rivera sentencias como: “Contemplo en la sucesión de mis descendientes una especie de inmortalidad”. Así se admite, como en la controvertida canción, que “nadie es eterno en el mundo”, pero que la descendencia es el alargue de la vida. Una más: “Cuando se ha dejado ya atrás la cincuentena, la conducta debe estar enteramente gobernada por la razón”. El tiempo de osadías y ensayos ya ha pasado y se impone la prudencia, porque para corregir errores o cambiar de rumbo el tiempo es escaso. Otra: “…se enfatiza en la moderación dietética, en el control de la ira y la concupiscencia, en los beneficios de contemplar la naturaleza, en dormir bien”. La prudencia sugiere disfrutar la vida dejándola pasar, más que asumiendo tareas y responsabilidades para alimentar ambiciones materiales, poder y riqueza. Es saludable disfrutar lo que se tiene, más que emprender tareas que impliquen estresarse. Otra más: “Creed a quien lo sabe por experiencia”. Pretender sabiduría sólo por ser viejo es tan iluso como querer pescar sin mojarse el fundillo.
Finalmente, señala el texto aludido que se debe defender “…el derecho de los individuos a ejercer la autonomía con relación a su propio cuerpo y al estilo de vida íntima”. Los viejos reclaman comprensión, más que lecciones.
*Autores varios. Convergencia de saberes. Carlos-Enrique Ruiz Editor. Manizales, 2022.
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