José Jaramillo


Los Mayas, ese formidable pueblo aborigen americano, cuya cultura no termina de deslumbrar a antropólogos, arqueólogos, astrónomos y filósofos, al paso que se registran las barbaridades cometidas contra ellos por los invasores europeos, una de las devociones que practicaban, al lado de la veneración del cosmos sorprendente y misterioso, por el deslumbramiento que provocan sus fenómenos, era el reconocimiento de la Tierra como fuente de vida y sustento de la existencia animal y vegetal, cuyos elementos naturales son interdependientes. Ahí está el hombre, al que le cuesta reconocer que es animal, pese a que lo demuestra reiteradamente con sus conductas irracionales. Para muestra, los cuerpos colegiados de las decrépitas democracias.
La Tierra ha sido sagrada para las culturas aborígenes, que la veneran y protegen y les sacan a sus valles generosos, a los contornos de sus ondulaciones y a los misterios de sus entrañas los frutos que requiere para su subsistencia. Según los Mayas, ingeniosos y pragmáticos, con el cultivo de la madre tierra cada agricultor podía sostener a cuatro personas. Entonces no era objeto de especulación económica la producción de comida y sí objeto de intercambio entre comunidades, para suplir carencias recíprocas. Lo de la guerra para apoderarse de la Tierra con fines mezquinos, señalarle linderos e identificar propietarios, fue idea de los pueblos “civilizados”. En épocas del feudalismo, los nobles caballeros se entretenían cazando zorros a caballo y seduciendo niñas campesinas, mientras los agricultores le sacaban a la tierra el sustento alimenticio familiar y el costo de los tributos que debían pagarles a los señores, “propietarios y amos, dueños de vidas y haciendas, por la gracia de Dios y de sus majestades los soberanos gobernantes”, como declaraban pomposamente.
Objeto de codicia, la tierra y la explotación de sus recursos han inspirado guerras a lo largo de la historia, sin que a las sociedades organizadas se les haya ocurrido compartir sus beneficios en paz. Los avances del conocimiento filosófico, del refinamiento de las formas de gobernar, de la ciencia puesta al servicio de la conservación y mejoramiento de la vida y de la tecnología cada vez más eficiente y deslumbrante, no han podido alinderar la ambición y la codicia, para adelantar una convivencia razonable alrededor de la utilización de la tierra, de modo que sus beneficios garanticen a los seres vivos una supervivencia digna y suficiente. Por el contrario, la ciencia y la tecnología violentan la producción agrícola y pecuaria para optimizar sus recursos en beneficio del capitalismo salvaje, mientras los pueblos pobres se mueren de hambre. Y ¡ay del que proteste!
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015