José Jaramillo


En épocas del Imperio Romano, antes de que se cayera “al peso de su propia podredumbre”, los soberanos, para entretener al populacho y mantener su fidelidad, crearon el circo romano, cuyas ruinas se conservan para que se tomen fotos los turistas frente a ellas. Esa imponente obra era semejante a las plazas de toros actuales, con la diferencia de que la programación distaba mucho del sano entretenimiento y la cultura. En el coliseo, como se conoce en la reseña histórica, no se presentaban cantantes populares ni se realizaban corridas de toros. Éstas, frente a los crueles divertimentos de los antiguos romanos, parecen una piñata infantil. La programación del circo romano incluía luchas a muerte entre gladiadores y comilonas de leones hambrientos, cuyo menú eran cristianos inermes, sacados de mazmorras inmundas, en las que habían permanecido largo tiempo, lo que supone que para las fieras no fueran propiamente un manjar apetitoso. Una provisión mínima de alimentos y la programación del circo, cuya entrada era gratuita, se registró para la posteridad como “pan y circo”, fórmula que siguen utilizando los populistas de las democracias decadentes. Para estos casos los gobiernos utilizan las ayudas oficiales a pobres de solemnidad y a víctimas de calamidades (pan); y el fútbol y los conciertos populares de cantantes de moda, en espacios públicos y sin pagar (circo).
Los dirigentes políticos, que por estas calendas preelectorales andan ansiosos buscando votos para conservar sus privilegios, afectados por el creciente desprestigio que han ganado con méritos suficientes, utilizan en las listas para Congreso Nacional (Senado y Cámara) los nombres de personas de bien ganado prestigio, como académicos, artistas, deportistas y líderes sociales, para ponerlos como mascarones de proa en sus naves electorales y así atraer votantes. Pero detrás de esos personajes van los mismos que campean por los estrados judiciales por sus pilatunas, o quienes los sustituyen (amigos o parientes cercanos), cuando aquéllos han perdido el derecho a ser elegidos. Es decir, son muertos políticos. Como “mascarón de proa” de un partido político que anda de capa caída, la astuta y glamorosa presidente de esa colectividad ha seducido a Katherine Ibarqüen. Esa hermosa deportista es una de las mayores glorias colombianas, cuyas hazañas en salto triple, su cuerpo escultural y su maravillosa sonrisa, además del afecto con que se cubre con la bandera nacional cuando triunfa, son un preciado patrimonio nacional. La seductora política de marras le propone que encabece la lista al Senado de su partido, con lo que pretende arrastrar votos de admiradores de la Negra de Oro, que son millones. Muchas voces se han elevado para decirle a Katherine que no acepte. En el “templo de la democracia”, una jauría de políticos destrozará su bien ganado prestigio, aparte de que no podrá hacer nada por el deporte, que es su aspiración, porque allí, en el Capitolio Nacional, lo que menos se hace, desde cuando se instalaron en él la mediocridad y la corrupción, es defender causas nobles. Querida negrita: en esa “leonera” no hay salto triple que valga para salir ilesa; no se meta en eso. Cada quien hace lo que sabe hacer.
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