José Jaramillo


Empresario es el creador o dueño de empresas: comerciales, industriales, agrícolas, culturales u otras, a las que vincula capital, creatividad, iniciativa y administración, unas veces con éxito, otras con dificultades y no pocas definitivamente fallidas. Hacer empresa en países como Colombia, en los que el legalismo está hecho a la medida de la ineficiencia, es obra de quienes tienen capital, instinto creativo y talento, además de una paciencia benedictina, para superar las trabas que les pone la burocracia para que puedan funcionar, pese a que los titulares del alto gobierno predican como postulado de su gestión el apoyo a la creación de empresas que generen empleo, desarrollo y riqueza. Y paguen impuestos, claro. Tales trabas pueden obviarse mediante el pago de coimas, lo que los empresarios honrados no hacen, para no estimular la corrupción. Desde esta columna se ha insistido en que la supervivencia institucional, económica y social de las naciones depende de la gestión de los empresarios, que cuando logran alianzas eficientes, honestas y cordiales con los gobiernos producen resultados exitosos, de amplio espectro en la comunidad. Cuando, por el contrario, las relaciones entre empresarios y gobiernos son hostiles, los efectos sociales son desastrosos.
Distintos a los empresarios son los negociantes, rango en el que se ubican especuladores, intermediarios, prestamistas y oportunistas, que, como las sanguijuelas, chupan la sangre de empresarios productores; o, como los buitres, están a la caza de empresas sólidas, de éxito y productividad reconocidos, para adquirir su propiedad, o al menos la posición dominante en su manejo, utilizando dineros de origen turbio, o captaciones masivas de ahorro. A ese grupo pertenecen los “capitales golondrina”, que “vuelan” por el mundo especulando, comprando y vendiendo empresas; sin que tengan sede fija en ninguna parte, mas, si, en todos los países, intermediarios que los alertan de las posibilidades para invertir con seguridad y altos rendimientos. Esos “inversionistas” pican, chupan y vuelan lejos. Como los marineros de Neruda: “…besan y se van / dejan una promesa y no vuelven nunca más.”
En el ámbito empresarial colombiano, mención especial merecen los gestores y promotores del turismo. Este renglón, que pudiera ser el de mayor incidencia en el PIB, ha sido incapaz de hacer rendir a plenitud las posibilidades del país, por los efectos persistentes de la violencia, que parece incrustada en la vida nacional. La erradicación de la guerra irregular ha fracasado sistemáticamente porque es un gran negocio; además de que por muchos años hizo parte de la controversia política, ha sido instrumento para la concentración de la tierra y, finalmente, es la aliada insustituible del narcoterrorismo, que se enquistó en la sociedad, hasta producir más admiración que rechazo, mientras que políticos de aquí y allá son beneficiarios y súbditos de los capos y sus organizaciones delictivas.
Grandes recursos económicos y beneficios sociales que puede producir el turismo sano, ecológico y de aventura se escapan por culpa de la violencia, mientras la alta burocracia celebra inútiles “consejos de seguridad”, con whisky y pasa-bocas.
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