José Jaramillo


Entre tanta basura que corre por los medios de comunicación gracias a la amplia oferta de sistemas que difunden perversidades y exaltan a personajes que más merecen el olvido, aparecen verdaderos oasis editoriales, para darles a los lectores respiro al espíritu, mitigarles angustias y evitarles sobresaltos. Tal el caso del libro de la escritora española Irene Vallejo, El infinito en un junco, que recrea la invención de los libros en el mundo antiguo*, y es una encantadora excursión por el mundo de la inteligencia creativa, referida a la literatura, la filosofía, la historia…y otras expresiones humanas. Comienza el recorrido imaginario desde las rudimentarias expresiones pictográficas, que contaban las historias y expresaban las emociones dibujando a los protagonistas. Continúa con los intrincados jeroglíficos que ideó el talento egipcio, para dejar constancia de su grandeza y de las hazañas de sus héroes, cincelados en las paredes de monumentos y palacios imperiales. Sigue con los rudimentos de grafías que intentaban interpretar los sonidos guturales para facilitar su difusión. Avanza con el relato de la tarea itinerante de juglares que recitaban sus poemas épicos y aventureros, azotando caminos y llenando plazas, para que el público disfrutara historias noveladas, que la gente retenía en la memoria y transmitía, para que circularan por generaciones. Sorprende con los primeros asomos editoriales en papiros y pergaminos, en los que pacientes escribanos recuperaron las expresiones del talento humano, en principio para satisfacer la vanidad de soberanos de inclinaciones intelectuales, quienes acumularon rollos escritos, en bibliotecas que han merecido el reconocimiento de los siglos que las sucedieron, acogidas en verdaderos templos del saber, aunque no hayan escapado a episodios de barbarie, protagonizados por el orgullo o el fanatismo de líderes prepotentes.
Descubre la asombrosa invención de los alfabetos, que han permitido que la voz haya retumbado a través de los siglos, donde hay intervención humana, para bien y para mal. Y concluye con la maravillosa creación del alemán Gutemberg, que con la imprenta de caracteres móviles revolucionó la cultura y permitió la difusión masiva de obras que antes eran privilegio de las élites, invento que se ha desarrollado y perfeccionado, en calidad, intensidad y volumen, para poder decir que gracias a ella, a la imprenta, “no hay nada oculto bajo el sol”.
Cuenta la autora del libro en cuestión, para magnificar el poder de la palabra, que el griego Antifonte “(…) podría figurar en la vanguardia del psicoanálisis y las terapias de la palabra”, porque “(…) pueden actuar poderosamente sobre el estado de ánimo de la gente, conmoviendo, alegrando, apasionando, sosegando.” Y agrega que “(…) abrió un local en la ciudad de Corinto y colocó un rótulo anunciando que ‘podía consolar a los tristes con discursos adecuados’ (…)”. Además, dice Vallejo (página 206), que, a Antifonte, “(…) la experiencia le enseñó que conviene hacer hablar al que sufre sobre los motivos de su pena, porque buscando las palabras a veces se encuentra el remedio”.
*Vallejo, Irene, El infinito en un junco, Random House, Colombia, 2021.
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