José Jaramillo


Leer no es juntar vocales y consonantes para completar palabras y acumular éstas en frases que expresan ideas, transmiten mensajes, relatan hechos, o los vislumbran a futuro. Es mucho más. Es alimentar la mente y el espíritu con pensamientos y experiencias ajenos, que estimulan la creatividad, la curiosidad y el criterio del lector, para enriquecer sus conocimientos y abrirle a su inteligencia espacios más amplios para el discernimiento, de donde nacen las ideologías políticas, las escuelas filosóficas, las variables literarias y artísticas y, en general, las diferencias entre el homo sapiens y los demás mamíferos.
Los lectores, como los practicantes de diversas disciplinas, son variados, según sean magistrados, académicos, docentes, científicos, literatos, artistas, historiadores…, o simples aficionados. Los primeros tienen la lectura como actividad inherente a su desempeño profesional, para alimentar y enriquecer conocimientos que han de transmitir a otras instancias o acumularán en textos que servirán de guía a homólogos que construyan fundamentos para la investigación y el desarrollo de nuevos conocimientos. Los otros, los simples aficionados, leen para “matar tiempo”, acumular información, satisfacer curiosidades, entretener el ocio y tener un vademécum de temas para la tertulia amistosa, el coloquio familiar, la charla informal, el encuentro esquinero y el reconocimiento de “buen conversador”.
Uno de los primeros inventos del hombre fue crear signos que expresaran gráficamente lo que hacían guturalmente para comunicarse. Los textos primitivos, descubiertos por arqueólogos, antropólogos y similares han servido para armar la secuencia histórica y conocer las intimidades de los ancestros más remotos del hombre. De esos textos, rescatados de cuevas, monumentos y otros espacios que sirvieron de “cuadernos” a los primitivos pobladores del mundo, en un proceso de decantación editorial proviene el libro, que ha sido el medio cada vez más eficiente de transmisión de conocimientos y difusión de información histórica y cultural, para alimentar el intelecto humano, cultivarlo y refinar los elementos de la sabiduría, bien supremo del hombre. Ese libro tiene en la actualidad distintas formas físicas, a medida que los medios de comunicación se transforman, pero cumple la misma función, al gusto del lector. Uno de mis más admirados personajes, especialmente por sus condiciones intelectuales, el presidente Alfonso López Michelsen, cuando se sugirió que computadoras y similares reemplazarían al libro, dijo: “Nada reemplaza al placer de dormirse con un libro entre las manos”. En cambio, los usuarios de medios virtuales son capaces de leer textos extensos en un aparato de 12 x 5 centímetros, lo que a los viejos lectores nos parece mamón.
Hay en el rango de los lectores aficionados una categoría que es compulsiva, ávida… Sin importar el tema, leen lo que caiga a sus manos, con la curiosidad del niño que no discrimina juguetes.
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