José Jaramillo


Churchill, uno de los pensadores más lúcidos de la política universal de todos los tiempos, tenía la especialidad de definir asuntos trascendentales en una sola frase. Y decía, por ejemplo, que escribir un discurso de cinco minutos tarda horas, mientras que una larga perorata se hace en un momento.
Lo primero, implica definir con precisión las ideas que van a exponerse; estructurar las frases apenas con los elementos necesarios; escoger las palabras entre las de más alto contenido ideológico; y limpiar el texto final de “polvo y mugre”. Es decir, de lo que le sobra. En cambio, cuando a un orador programado para determinado evento le dicen que dispone de una hora para su intervención, hace un planteamiento inicial sucinto, en el que dice de qué va a hablar y el resto es material de relleno, tomado de diversas fuentes, que con los sistemas actuales es cuestión de “cortar y pegar”. Sir Winston decía que “el éxito consiste en ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo”.
Para decir lo mismo, algunos autores, especializados en motivación y crecimiento personal, publican cada cierto tiempo un libro y son invitados a dictar conferencias, en todas las cuales dicen lo mismo y les pagan un platal. Nuestro personaje, Churchill, nombrado por el gobierno británico para que condujera la nave del Estado por las turbulentas aguas de la Segunda Guerra Mundial, al asumir el cargo de Primer Ministro, cuando la gente esperaba un discurso de posesión prolijo en ideas políticas y recuentos históricos, dijo simplemente: “Solo les prometo a mis compatriotas sangre, sudor y lágrimas”; para que supieran a qué atenerse y no se hicieran muchas ilusiones, que en medio de una guerra son muy escasas.
Parlamentario versátil, que ajustaba sus propuestas legislativas a las circunstancias, por lo que fue “laborista” o “conservador” indistintamente, sin que nadie lo tachara de voltearepas, definía la democracia como “el peor de los sistemas de gobierno, con excepción de todos los demás”. Y la historia le ha dado la razón, cuando en los baratillos de la politiquería colombiana, de los que son “empresarios” “Ñoños”, “Gatos”, “Calzones”, “Kikos”, y otros por el estilo, incluidos personajes del cogollo social y económico, como las “Generalas”, émulas de las “Adelitas” de la Revolución Mejicana, en cuyos pechos, dignos de mejor destino, se cruzaban dos cananas; y, en el vecindario, Maduros y Ortegas, todos ellos proclaman hasta la ronquera las virtudes de la democracia que dicen defender, cuando en su “ideario” solo contemplan como meta el enriquecimiento personal y el de sus familiares y amigos; y de filosofía de conducción del Estado saben tanto como de astronomía, matemáticas puras, pensamiento complejo, física cuántica, neurología espacial, algoritmos y ornitología.
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