José Jaramillo


“Tierra no hay sino una”, se dice con razonamiento lógico, para significar que, en la medida que la población crece, aumenta la demanda de espacios para sembrar, construir y otros menesteres, lo que causa el lógico aumento del precio de la propiedad raíz, para que se cumple la ley de la oferta y la demanda, que es inexorable. De ahí proviene el acaparamiento de la tierra, rural y urbana, por terratenientes y urbanistas. Algunas no producen nada. Simplemente “engordan”, es decir, se valorizan, mientras llega el momento de utilizarlas o venderlas. No hay que acudir a escuelas económicas en santuarios universitarios, para entender un asunto de lógica elemental. Ésta, sin embargo, la desconocen los “pontífices” de las finanzas oficiales, en Colombia y en muchas otras partes, porque los conocimientos se les enguaralan en ecuaciones; y desprecian las reflexiones elementales, que surgen de la experiencia; y de, simplemente, saber las cuatro operaciones aritméticas básicas, y aplicarlas. A mediados del siglo XX, Colombia tenía 14 millones de habitantes y su territorio continental era de un millón 141 mil kilómetros cuadrados. La población actual es de 50 millones y la tierra es la misma. Durante el gobierno del presidente Alfonso López Michellsen (1974-1978) se negociaron con los países vecinos las áreas marinas y submarinas, lo que significó para Colombia contar con 928 mil kilómetros cuadrados en los dos océanos, que pueden generar abundantes recursos alimenticios, mineros, etcétera. Este recurso natural, sin embargo, se ha explotado mínimamente. Apenas para la subsistencia de comunidades costeras de pescadores y algo para abastecer restaurantes continentales, mientras barcos piratas de otros países, algunos muy lejanos, como Japón, “piratean” esas riquezas, ante la mirada indolente de las autoridades. Lo que llega a los mercados del interior del país tiene precios de joyería. El presidente López, un estadista de verdad, advirtió: “Cuando Colombia tenga 50 millones de habitantes, tendrá que mirar a los Llanos Orientales; y, cuando tenga 100 millones, tendrá que volver los ojos al mar”. Entre la violencia, el narcotráfico, la politiquería, el monetarismo, la apertura sumisa a las potencias económicas y la dirigencia rendida a intereses de multinacionales, se ha desperdiciado el potencial productivo del territorio nacional; y se han fortalecido los acaparadores de la tierra. El hambre, la desigualdad, los “elefantes blancos”, el sobrecosto de las obras públicas, la especulación financiera, la corrupción y el desgreño administrativo son apenas objetos de las estadísticas, para que las difunda en los medios el director del DANE; con muchas ínfulas, cuando algún indicativo mejora levemente, y el alto gobierno lo reclama como un éxito de su administración. De los negativos, busca a quién echarle la culpa.
Los niveles de la educación han aumentado en cobertura y bajado en calidad. La tecnología impone sistemas en los procedimientos, incomprensibles para muchos. El conocimiento es más universal y menos humanístico. Y los mercados operan bajo el consumismo, los desechables y la especulación. No es mucho pedir que quienes conducen la economía del Estado les pongan lógica a sus decisiones, pensando más en favorecer al pueblo que representan que en ascender en la escala burocrática.
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