José Jaramillo


El hombre primitivo luchaba apenas por la supervivencia. Pescaba y cazaba para satisfacer el instinto de comer; y utilizó las pieles de los animales cazados para protegerse del frío. Poco a poco se asoció con sus congéneres para hacer más eficientes sus actividades y repartirse tareas, de donde surgieron líderes que organizaran el trabajo. Esos fueron la cuota inicial de la actual clase política. Posteriores comunidades, con afinidades geográficas, climáticas, físicas y otras, refinaron procedimientos sobre la experiencia, a medida que la mente del hombre despertaba, para descubrir sistemas que facilitaran sus tareas y las hiciera más eficientes. Y descubrió la forma de intercambiar productos y servicios con otras comunidades; o de apropiarse de ellos por la fuerza. Así se impuso la ley del más fuerte, y surgieron los imperios. Comunidades avanzadas, en agricultura, ciencia, arte, industria y utilización práctica de la capacidad mental del hombre, dieron lugar a civilizaciones, cuyo legado, después de milenios, no deja de sorprender al hombre moderno; y ha sido la base de posteriores desarrollos. En América, Incas, Mayas, Muiscas, Aztecas, Quimbayas y otros, son ejemplos relevantes de culturas de altos contenidos sociales, científicos, artísticos y económicos, que los invasores europeos, inspirados en la codicia, prácticamente exterminaron. Lo del legado de humanismo, religión, lengua y organización política fue una justificación creada por cronistas de bolsillo, que taparon con ropajes de nobleza las bellaquerías de los conquistadores.
Los líderes originales más fuertes, que orientaron comunidades sometidas a sus designios, se consolidaron en castas gobernantes. Algunos de ellos trascendieron los tiempos, por su capacidad para someter a otros pueblos, avasallarlos e imponerles tributos para alimentar sus ambiciones. Y dejaron a sus herederos, además del poder y la riqueza, títulos nobiliarios, que han pasado de generación en “degeneración”, para crear castas de inútiles, dedicados a deportes de élite, a fiestas de gala, a viajar y a seducir niñas pobres.
La democracia (gobierno del pueblo) se convirtió por acción de los vivos en una mentira, que de manera sutil ha conservado los resabios de las castas, porque la soberbia de líderes sobresalientes y poderosos ha querido mantener su imagen a través de sus descendientes, algunos de ellos verdaderamente brillantes, que incluso han superado a sus antecesores; y otros buenos-para-nada, con títulos ganados con el sudor de frentes ajenas, que reclaman el poder, la fama y la riqueza por “ser quien soy”, los compran en subastas de frivolidad o sirven de calanchines a villanos con plata, para que “laven la indiada”, como dicen las señoras de dedo parado, cuando un nuevo rico, de origen turbio, se casa con una dama de alcurnia. “Primero se enriquece y después se ennoblece.”
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