José Jaramillo


Las circunstancias institucionales geopolíticas del mundo actual tienden a revivir la guerra fría, porque, después de una calma chicha de varias décadas, apareció un líder ruso con delirios imperiales, que quiere reconstruir la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, que se desintegró a principios de la década de los 90 del siglo pasado, por gestión del entonces líder ruso Mijail Gorbachov, con el apoyo de mandatarios de Occidente, entre ellos el papa Juan Pablo II, de origen polaco. Entonces recuperaron su autonomía los países sometidos al férreo régimen comunista, entre ellos Yugoeslavia, Polonia, Hungría, Bulgaria, Bielorrusia, Checoeslovaquia, Ucrania y otros del este europeo, incluida Alemania oriental.
Así, pudieron disponer de su destino de acuerdo con las decisiones democráticas de sus pueblos, hasta ese momento, y después de la arbitraria repartición que hicieron sobre el mapa de Europa los dirigentes de los aliados, después del fin de la Segunda Guerra Mundial, sometidos a los designios del Kremlin, con brutales represiones militares contra los países que intentaran liberarse del sistema, como sucedió con Hungría y Polonia, que fueron aplastados sin misericordia, cuando intentaron independizarse. Algo parecido a lo que está sucediendo con Ucrania, porque Vladimir Putin, con delirios imperiales, quiere reconstruir la URSS, para satisfacer sus apetitos de poder, apoyado en su ego demencial y en sus instintos criminales. Tal conducta la desconoce la mayoría de los rusos de a pie, a quienes la información se les tiene restringida.
La historia se repite. El apetito insaciable de los caudillos ha sido una constante, que data de antiguos imperios que aspiraban a una grandeza insaciable, tras el poder y las riquezas de pueblos más débiles, que sometían por la fuerza. Los ejemplos son muchos, la experiencia es la misma, los resultados se reflejan en la desigualdad social y la consigna la inscribió Carlos V cuando dijo “Semper plus ultra”, siempre más allá, no contento con que en sus posesiones no se pusiera el sol.
En las clases de literatura universal que dictaba don Julio César Morales en el antiguo Instituto Universitario de Caldas, cuando con la vehemencia y la sabiduría que le eran propias se paseaba por los episodios de la Ilíada*, que ahora releo, aparece este episodio, en el que se disputan dos pueblos el cadáver de un héroe:
“Como un hombre da a los obreros, para que lo estiren, una piel grande de toro cubierta de grasa y ellos, cogiéndola, se distribuyen a su alrededor, y tirando todos sale la humedad, penetra la grasa, y la piel queda perfectamente extendida por todos los lados; de la misma manera tiraban aquéllos (troyanos y aqueos) del cadáver (de Patroclo, a quien mató Héctor) acá y acullá, en un reducido espacio, y tenían grandes esperanzas de arrastrarlo los teucros hacia Ilión y los aqueos a las cóncavas naves”.
*Ilíada, Homero, Panamericana Editorial, Colombia, 1999. Cualquier parecido…
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