José Jaramillo


En las pasadas elecciones del 27 de mayo, Humberto de la Calle no perdió nada. Perdió Colombia la oportunidad de elegir un mandatario completo, un estadista a carta cabal. Eso es normal en el sistema democrático. Para ilustrar el caso, es interesante traer a cuento las reflexiones de Camilo Torres Tenorio, el prócer payanés, sobre la democracia: “(…) consiste en la elección de gobernantes obtusos por mayorías volubles, que resultan del contubernio ignominioso entre la mediocridad exaltada y el núcleo irresponsable.” No obstante, concluía que era “el método más perfecto de cultura social que los hombres hayan practicado.” En su apogeo como estadista, Winston Churchill definió burla burlando la democracia como “el peor de los sistemas de gobierno, con excepción de todos los demás.” Este aparente galimatías conceptual se parece a lo que contestó el expresidente Belisario Betancur cuando le preguntaron por la diferencia entre el partido liberal y el conservador: “Son la misma cosa, con la diferencia de que son todo lo contrario”. De modo que, sin más especulaciones, hay que partir de la realidad expresada por los colombianos en las urnas, para enfrentar el nuevo reto de elegir presidente de Colombia el próximo 17 de junio. “Baraje y vuelva a dar”, dicen los jugadores de tute, cuando el naipe queda mal repartido.
Los políticos profesionales, es decir, los que viven de eso, de succionar las ubres de los presupuestos oficiales, andan muy acuciosos calculando el mejor acomodo entre las opciones Duque y Petro; y negociando con ellos el precio de su adhesión. “Político pobre, como los viejos “polleros” sin plata, muere virgen”, es la premisa que los inspira.
Uno de los candidatos en juego, que se presenta como izquierdista defensor de los más pobres, víctimas de la oligarquía social y del capitalismo chupasangre, ante la ostensible falta de argumentos propios, proclama la que fue bandera ideológica del adalid del desarrollismo conservador, Álvaro Gómez Hurtado: “El acuerdo sobre lo fundamental”, seguro de que no hay quién le reclame los derechos de autor de la consigna, ni quién entienda su contenido, algo que el propio Álvaro no logró, no obstante ser un intelectual serio y bien estructurado.
Iván Duque Márquez tiene a su favor la fórmula vicepresidencial de Marta Lucía Ramírez, que es una dama muy calificada en el ejercicio de la actividad pública; y su figura fresca y juvenil de ejecutivo inteligente y estudioso. Estas dos cualidades pueden servirle para sacudirse la influencia de algunos “malucos” de corte hitleriano que lo rodean. En cambio Petro tiene buenos consejeros, pero hace lo que le da la gana. Las condiciones de Iván y la compañía de Marta Lucía inclinan el voto para ese lado.
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