José Jaramillo


Fabulando con la Historia Sagrada, puede imaginarse un caso para asimilarlo a lo que ha sido una constante a través de los siglos, relacionada con lo que aspiran los padres de los hijos y lo que éstos deciden sobre su vocación y su futuro.
–María, ¿dónde está Jesús?, dice José a su esposa.
–Creo que en el templo, discutiendo con los doctores de la ley.
–Y, apenas un niño, ¿qué va a discutir con ellos?
–Ah…yo no sé.
–Harto trabajo que hay en la carpintería y ese muchachito por allá perdiendo el tiempo. A ese paso no va a llegar a ningún Pereira.
Que los hijos obren en contravía de los padres es normal, cuando los muchachos son inquietos, creativos, y tienen ideas y objetivos de vida propios. La historia cuenta que Platón se quejaba de los jóvenes, más de 500 años antes de nuestra era, por desacatar a los mayores; y obrar a su manera, de acuerdo con innovaciones, en contravía de las costumbres del momento. Eso sucede cíclicamente. “Todo cambia, todo se transforma”, como sentenciaba Heráclito. Los jóvenes imponen su estilo y los mayores suelen rechazar las nuevas expresiones del vocabulario, la música, el arte, el vestuario, el look y muchas cosas más, porque son distintos a lo que se ha incrustado en las costumbres de una época determinada.
Además de las expresiones con símbolos para comunicarse, que apenas entre niños y jóvenes entienden; las canciones reducidas a unas pocas palabras repetidas al ritmo de un sonsonete; los grafitis, o “arte” callejero; los tenis alternando con saco y corbata y los pantalones rotos; el pelo rapado a un solo lado de la cabeza y pintado de colores chillones…, además de eso, muchas personas de generaciones “atrasadas” (según algunos muchachos), se horrorizan, por estas calendas de la tecnología agresiva de las comunicaciones, con la dependencia que acusan niños y jóvenes, y aun hombres y mujeres que dejaron la juventud atrás hace mucho tiempo, porque permanecen pegados de celulares, tablets y computadoras, y de redes informáticas, mientras que han abandonado hábitos como la lectura, las tertulias intelectuales, los juegos creativos y otras actividades más enriquecedoras del intelecto y de la armonía social. Pero criticar tales actitudes no conduce a nada; es como lanzar palabras al viento. En cambio, pedagogos y otros profesionales, estudiosos del comportamiento humano y de las variantes culturales, buscan cómo atraer a niños y jóvenes, para que usen sus capacidades y talentos en menesteres más productivos, a través de la lúdica, el deporte, la motivación, la sana competencia y otras formas de darles mejor uso a los valores innatos de las personas en proceso de formación, para beneficio de ellas, de sus familias y de la sociedad, en general. Criticar y echar cantaleta sólo genera rebeldía.
Claro que de cierta edad en adelante puede decirse que “cuando uno no puede dar mal ejemplo (por sustracción de materia), da buenos consejos”. Y de la fábula queda una inquietud: ¿Qué sería de la humanidad si a Jesús de Nazaret le hubiera gustado la carpintería?
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