José Fernando Reyes Cuartas


Se ha ido de esta tierra ahora tan vestida de gris y soledad, un ser humano de los más dulces, afables y cariñosos que en la vida he conocido. Todos podremos hablar de sus triunfos jurídicos, de su sabiduría, de la calidad de sus razones y del peso significativo de sus conclusiones. Sin embargo, resalto con mayor énfasis su dimensión trascendente de persona, de sus buenas maneras, y también de su sencillez. Escaló todos los peldaños que un gran jurista aspira a subir, pero eso no le envaneció ni le insufló su ánimo ni su espíritu; en cambio siempre usó las palabras del hombre común de la calle, y no las complejas e inaccesibles de su especial lenguaje jurídico, las que usaba con fruición de gran erudito.
Me lo encontraba entre las calles, paseando, algo lento, mirando los paisajes de su Manizales, a la que amó como pocos. En sus tiempos de Consejero de Estado me decía que jamás se había quedado un fin de semana en Bogotá. Y le creí que así fue siempre; no soportaba la ausencia de sus hijos, de su esposa, de sus tangos y de los amigos que tanto quería.
El Maestro Vieira como respetuosamente le tratamos quienes le conocimos seguramente no de manera profunda, fue un gran profesor de Derecho --sin distinguir en qué áreas--; iba del derecho civil, al administrativo y a la pasión de la filosofía del derecho; romanista de los que ya no van quedando, cultivaba su pasión por los orígenes de la ciencia jurídica; pero además de todo fue JUEZ.
Y hay que decir que de este noble oficio, supo ser de los mejores. No apenas porque sabía muchas cosas de la ley y sus vericuetos, de los caminos que la zigzagueante jurisprudencia va dando, o de los afanes de un legislador con mucha capacidad creativa; o acaso de los devaneos de la doctrina, tan llena de opiniones con matices cuando no de contradicciones; era porque el Maestro Vieira era un juez de la más depurada condición moral. No contaré aquí las cosas que me dijo sobre sus desilusiones del oficio al final de su carrera, pero si referiré su gran desasosiego al enterarse de que en veces no valían tanto las buenas razones como sí los abyectos medios de que algunos se valían, de acá y de allá de la baranda judicial. El Maestro Vieira era por encima de todo, la decencia vestida de toga, la sabiduría vertida en palabras y las buenas maneras como forma de ser.
Llevaba como 3 o 4 años sin verle; quizá más. Pero ayer 22 de mayo, partió mi alma la noticia de su partida, en estos días grises, de encierro, de soledad acompañada. En estos días en que amamos con mayor fuerza la vida, por el riesgo inminente de su pérdida, que se vaya un ser humano tan especial, hace más grande su ausencia. Paz en su alma Maestro de la vida.
En Bogotá, a 23 de mayo de 2020.
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