Jorge Raad


Frecuentemente se escucha una frase que indica que no existe nada nuevo sobre la tierra. Ello es verdad en parte porque la ciencia, la tecnología y la innovación evidencian incontenibles avances, están basadas en ideas e ilusiones antiguas. De otro lado, las nuevas ideas, experiencias y modernos descubrimientos no presentidos y creaciones nunca imaginadas provienen de la evolución del Homo sapiens sapiens.
En la tierra siempre han existido visionarios que han expresado sus planteamientos futuristas de muchas formas. Desde la tradición oral presencial y exclusiva hasta la utilización de todos los medios disponibles a su alcance, han difundido sus planteamientos que de alguna manera llegan a un buen porcentaje de los 7.700 millones de habitantes del planeta.
La vida del ser humano se desarrolla en medio de nuevas o renovadas circunstancias propias, familiares, sociales y del medio en el cual vive, cada vez con mayor longevidad, obtenida por el desarrollo del poder de las personas en todos los ámbitos.
Así como no son nuevas totalmente las obras materiales, también existen ideas, percepciones, experiencias y mandatos que provienen de los antiguos.
En una tertulia, un maestro trajo la remembranza de las palabras de Abraham Lincoln conocidas como el Discurso de Gettysburg, pronunciado en 1863 varios meses después de la batalla del mismo nombre, realizada en medio de la Guerra Civil en los Estados Unidos de Norteamérica.
Ha sido considerado el más famoso discurso del primer presidente de los estadounidenses, y uno de los mejores en la historia de los seres humanos.
Hay que leerlo textualmente para identificar su alcance en la modernidad:
“Hace cuatro veintenas y siete años, nuestros padres hicieron nacer en este continente una nueva nación; concebida en libertad y consagrada al principio de que todos los hombres son creados iguales.
Ahora estamos empeñados en una gran guerra civil que pone a prueba si esa nación, o cualquier nación así concebida y así consagrada puede perdurar en el tiempo. Estamos reunidos en un gran campo de batalla de esa guerra. Hemos venido a dedicar una porción de ese campo como lugar de descanso final de los que aquí dieron sus vidas para que esa nación pudiera vivir. Es absolutamente correcto y apropiado que hagamos tal cosa.
Pero en un sentido más amplio, no podemos dedicar, no podemos consagrar, no podemos santificar este suelo. Los hombres valientes, vivos y muertos, que lucharon aquí ya lo han consagrado muy por encima de lo que nuestras pobres facultades puedan añadir o restar. El mundo apenas advertirá, y no recordará por mucho tiempo lo que aquí digamos; pero nunca podrá olvidar lo que ellos hicieron aquí. Nos corresponde antes bien a nosotros, los vivos, consagrarnos a la inconclusa empresa que los que aquí lucharon hicieron avanzar tanto y tan noblemente. Somos más bien nosotros los que debemos consagrarnos aquí a la gran tarea que aún nos queda por delante: que de estos muertos a los que honramos tomemos una devoción incrementada a la causa por la que ellos dieron la última medida colmada de celo. Que resolvamos aquí firmemente que estos muertos no habrán dado su vida en vano. Que esta nación, bajo Dios, renazca en libertad. Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, jamás perezca sobre la Tierra.”
Se puede estar en desacuerdo con varias palabras y frases del discurso, pero entendiéndolo y analizándolo integralmente, sigue siendo una maravillosa enseñanza, aplicable a la realidad de Colombia.
Igualmente, hay que recordar a Simón Bolívar en su última Proclama en 1830: “… Mis últimos votos son por la felicidad de la Patria. ¡Si mi muerte contribuye a que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro! No aspiro a otra gloria que la consolidación de Colombia; todos deben trabajar por el bien inestimable de la unión: los pueblos,…
Habéis presenciado mis esfuerzos para plantear la libertad donde reinaba antes la tiranía. He trabajado con desinterés abandonando mi fortuna y aun mi tranquilidad. Me separé del mando cuando me persuadí que desconfiabais de mi desprendimiento…”.
¡Cómo se olvida de fácil!
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