Jorge Raad


Las aspiraciones de los jóvenes y adultos para ingresar a la educación superior merecen toda la consideración de la sociedad. Ello debe traducirse en facilitar la realización de los estudios que cada quien desea.
Los familiares, tutores y amigos, hacen lo posible para que los sueños de quienes quieren ejercer una profesión o un oficio calificado, sean una realidad. Son variados los sacrificios. Dentro de la inmensa serie de ofertas nacionales, estatales y privadas, podrán escoger e inclusive algunos, cada vez más frecuentes, considerarán las posibilidades en el exterior y culminarán sus estudios allá.
Todos tendrán que considerar los requisitos para ingresar a la institución de su preferencia que han seleccionado para estudiar y para lo cual se creen capacitados y con la vocación suficiente.
Sin embargo, deben superar las pruebas exigidas para el inicio de sus estudios, las cuales no son uniformes y menos en un país como Colombia, en donde la autonomía universitaria autoriza a las instituciones a ejercer su derecho a escoger quienes podrían educarse en sus aulas.
Ese derecho se traduce en dos sentidos: En determinar la cualidad y cantidad de los escogidos. No se puede esgrimir el argumento que es un proceso elemental, aunque lo podría ser si se considera solo la mecánica de selección, pero la capacidad de definir las condiciones de quienes podrán formarse bajo su tutela delegada por el Estado, es un asunto que requiere del interés máximo y por ello no puede ser un eslabón aislado de la misión institucional, como tampoco lo es la finalización de los estudios.
Inducen a la reflexión los lamentables hechos de estudiantes de medicina sucedidos en la Universidad de Caldas, por las falsificaciones de los certificados del premio Andrés Bello que otorga el Ministerio de Educación a través del Instituto Colombiano para la Educación Superior, los cuales permiten un ingreso libre del aspirante a los estudios que él escoja, cumpliendo unos requisitos mínimos.
Lo primero que se debe pensar es si realmente el fenómeno es exclusivo de esta universidad y si lo es ¿por qué sucedió ello? Desde hace varios años venía ocurriendo en medicina un fenómeno especial al detectarse en distintos semestres, varios estudiantes por semestre provenientes del sur del país, quienes habían estudiado en planteles de pocos y pequeños municipios. Las investigaciones continúan.
El Ministerio de Educación ha dado muestras de falta de rigurosidad en algunos procesos, como cuando convalida títulos obtenidos en el exterior que han sido falsificados o no se ajustan a las exigencias colombianas. Eso es preocupante por cuanto se pierde la confianza en procedimientos adelantados por ellos.
¿Serán la punta del témpano estas falsificaciones? Ojalá no.
La estafa es un baldón al concepto clásico y real de Manizales, ciudad universitaria. Ojalá nunca se repita, aunque en la vida y obra de las personas todo puede ser factible de repetición.
Este hecho triste por lo que finalmente iba a significar en la vida de los futuros médicos, debe servir también para reanalizar los sistemas de ingreso a la universidad. Las tasas entre quienes aspiran realmente y los que ingresan a medicina en el país son verdaderos ejemplos de la inequidad, porque definitivamente los que quedan fuera de la universidad no son ineptos para estudiar, pero deben ser evaluados por sistemas diferentes a los actuales. En no pocas ocasiones la universidad no es capaz de direccionar la formación de un estudiante y en estos casos ya se sabe sobre la calidad del producto.
Mientras el mundo de la educación avanza por el espacio sideral, el de la selección de estudiantes para medicina sigue en el tiempo de la mula. No hay ningún sistema de selección perfecto, pero hay muchas teorías y ensayos para mejorarlo y ser más equitativo. Un examen no debe definir la vida de una persona.
Evidentemente debe existir un balance entre la aptitud y la actitud de un aspirante y la universidad deberá fortalecer ambas condiciones bajo el signo de la formación.
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